Pbro. Rubén Darío García


Para la interpretación de estos pasajes de la Sagrada Escritura y su consiguiente comprensión, es necesario tener presente que “las profecías que nos vienen presentadas en tono apocalíptico, corresponden a hechos concretos de una historia pasada”. Esto significa que Dios actúa en el presente así como ha actuado en el pasado. Un ejemplo sería la liberación del pueblo israelí de Egipto, el paso del mar Rojo y la entrada en la tierra prometida después de la travesía por el desierto. Así hoy, cada Eucaristía es la pascua que, en la vida cotidiana, nos hace pasar de la muerte a la vida, de la esclavitud a la libertad, por medio del agua, es decir, del bautismo para, pasando por la cruz, poder entrar en la vivencia del Reino de Dios, el cual es reino de Justicia, de Verdad, de Gracia y de Amor. Es simplemente la verdadera felicidad.
Los invito, entonces, a leer en la biblia al profeta Daniel en el capítulo 7, 2-14 y 7, 15-27. Los elementos simbólicos que encontramos delante de nuestros ojos son: el grande mar, los cuatro vientos, las cuatro bestias, el pequeño cuerno, el anciano y el Hijo del Hombre. Cuando escuchemos así el Evangelio de Juan podremos comprenderlo mejor.
La primera bestia, semejante al león y al águila, corresponde a Babilonia. A esta bestia le ha sido dado un corazón de hombre, a lo mejor porque ha reconocido al Dios de Daniel el profeta. La segunda, semejante a un oso, es el imperio medo. La tercera, semejante a un leopardo, es el imperio de los persas. La cuarta, así horrible y espantosa, es el imperio griego. Los diez cuernos corresponden a diez reyes contemporáneos de los cuales no hay noticia y el undécimo, aquel que proferirá insultos contra el Altísimo, destruirá los santos del Altísimo, es sin duda Antíoco IV Epífanes. Todos estos reinos reflejan la acción de Dios en la tierra: han sido instrumentos de su plan para hacer brillar su obra.
La visión continúa y aquí comprendemos un poco más. Un anciano, con vestiduras blancas y con cabellos blancos se sienta en el trono como el que juzga y purifica. Comienza el juicio: “el insolente, ‘undécimo cuerno’, es asesinado y tirado al fuego; los otros son dejados vivos por algún tiempo. El undécimo es siempre la máxima imperfección, dado que es uno menos de “doce”, la perfección suprema, como múltiplo de “tres” y de “cuatro”. Es aquí donde aparece el sorprendente Hijo del Hombre entre nubes, que se acerca al anciano y recibe el poder y el honor y la dignidad real, para que todos los pueblos lo sirvieran. Su poder es eterno, no se acaba jamás, y Él no dejará nunca de ser el Rey”. Comprendemos aquí por qué Jesucristo y los doce, que constituirán la Iglesia primitiva, cuyos miembros, ayer y hoy, serán los santos, el “resto de Israel, aquellos que por el bautismo son: “sacerdotes, profetas y reyes”. ¡Qué alegría!
Miembro del Equipo de Formadores en el
Seminario Mayor de Manizales
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