Pbro. Rubén Darío García


Éxodo 34, 4b-6.8-9; Sal. Daniel 3,52-56; “Corintios 13, 11-13; Juan 3,16-18
Rubén Darío García Ramírez, Pbro.*
LA PATRIA | MANIZALES
La persona humana es el fundamento y el fin de la convivencia política. Dotados de racionalidad el hombre y la mujer son responsables de sus propias decisiones y capaces de perseguir proyectos que dan sentido a sus vidas en el plano individual y social. El libro del Génesis revela cómo Dios les comunica su mismo ser cuando dice: “Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza” y lo enfatiza señalando su importancia: “Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios lo creó, macho y hembra los creó” (1,26-27). La expresión ‘hagamos’, según algunos Padres de la Iglesia, ya deja ver quién es Dios por dentro; no es un ser solitario, es ser con otros, es comunidad-Trinidad: tres personas, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, distintas con una misma esencia, un solo Dios. Es Amor, es decir, su esencia, su naturaleza es amar; luego, lo que viene comunicado al ser humano es la capacidad de amar como él ama: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su único Hijo para que el mundo se salve por Él” y en el bautismo, se nos ha comunicado este amor, es decir, esta capacidad de perdonar, de reconciliarnos, de vivir en armonía y paz con todos: la posibilidad de morir por el otro.
La familia es, en la tierra, la imagen de la Trinidad. Padre, madre e hijos, tríada capaz de amar como Dios ama. La destrucción de la familia es destrucción de la vida verdadera, de la imagen original, de este amor nuevo comunicado. Ella, es el fundamento de la sociedad, porque sólo en ella, pueden gestarse los verdaderos valores del Reino, esto es, el poder amarnos sin distinción de raza, lengua o nacionalidad; el poder hacernos el bien unos con otros sin doblez, sin engaño, sin pretender el poder más que para servir. Atentar contra la vida de la familia es ponerse contra Dios mismo. El aborto, la eutanasia, la injusticia social, la destrucción de la unión hombre y mujer, el aprovecharse de la necesidad del otro en el trabajo, el aumento del desempleo, la falta de atención a la niñez, a la educación, a la atención en la salud, es ataque frontal a la vida misma, a la felicidad verdadera.
La apertura a la trascendencia y a los demás es el rasgo que caracteriza y distingue a la persona humana. La comunidad política deriva de la naturaleza de las personas, cuya conciencia descubre y manda observar estrictamente el orden inscrito por Dios en todas sus creaturas y ella existe para obtener un fin de otra manera inalcanzable: “El crecimiento más pleno de cada uno de sus miembros, llamados a colaborar establemente para realizar el bien común, bajo el impulso de su natural inclinación hacia la verdad y el bien” (Gaudium et Spes 74).
En este domingo día de la Trinidad y día en que se define el futuro presidente de nuestro país, Colombia, por la elección popular mediante el voto, pidamos como Moisés al Señor Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad: “Si he obtenido tu favor, que mi Señor vaya con nosotros, aunque este sea un pueblo de cerviz dura; perdona nuestras culpas y pecados y tómanos como heredad tuya”. Pidamos la luz del Espíritu Santo para que podamos ejercer nuestro derecho y deber con sabiduría y responsabilidad, deseando pueda llegar a nuestro País una sana y verdadera democracia y así… “no botemos el voto”.
*Miembro del Equipo de Formadores en el Seminario Mayor de Manizales.
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