Pbro. Rubén Darío García


Una de las ayudas más grandes para nuestra vida es la llamada “corrección fraterna”. Ella consiste en llamar la atención al hermano cuando, a todas luces, se descubre que obra equivocadamente y, se logra intuir al mismo tiempo, que esto traerá para él o ella y las demás personas, daños concretos que desembocarán en sufrimiento real. El amor es la clave fundamental para poder realizar esta corrección, sin él sería inútil realizarla, pues sus consecuencias podrían ser siempre nefastas.
La Palabra de hoy nos ayuda a ver en primer lugar el por qué se debe hacer este ejercicio de “llamar la atención al otro” y, en segundo lugar, cómo realizarlo para producir el mejor fruto. Con respecto al primero, se concibe la equivocación del otro, como la causa de su muerte. Morir, podría significar el hecho de no poder realizar en su existencia la plenitud de su ser, esto es, que el ser humano, por naturaleza, busca la felicidad expresada en su máximo potencial. Hacerle caer en la cuenta al otro del momento en el cual ha obrado mal, con el fin de que se convierta de su conducta y pueda vivir, es un acto de verdadera caridad. Cuando lo haces, buscando el bien absoluto del otro, salvas tu vida, es decir, permites que sobre ti venga abundante bendición. Si, por el contrario, te callas para evitar, según tu juicio, ‘perder la amistad’ o ‘hacerle sentir mal’, o ‘no entrar en enojo’, no sólo estás perdiendo la bendición que vendría sobre ti al obrar de modo contrario, sino que —dice el Señor— “yo te pediré cuentas a ti”.
Un proverbio popular reza: “Si no tienes un amigo que te diga la verdad y te corrija… búscate un ‘enemigo’ que te haga este gran favor”. Es que el verdadero amigo corrige, el verdadero amor no deja que el otro se muera en la ‘ignorancia’. Cierto también es, que generalmente la llamada de atención produce algo o mucho malestar, pero cuando se percibe el Amor, con mayúscula, en quien realiza la acción, desencadena un agradecimiento tan profundo que desemboca en el amor verdadero por quien ‘se atrevió’ a corregirme. Así lo haría la madre o el padre con sus hijos, los hijos con sus padres, los amigos con los amigos, novios y novias recíprocamente, los jefes con sus colaboradores y demás relaciones en el ámbito de la sociedad.
Corregir al otro con verdadero amor, trae como consecuencia, entonces, grande bendición. ¿Cómo hacerlo? Este es el segundo aspecto, el cual, exige de por sí grande sabiduría. El Evangelio lo plantea textualmente: “Si tu hermano llega a pecar, vete y repréndele tú a solas con él. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano. Si no escucha, llama a dos testigos y si no atiende así, ayúdate de la comunidad”. Aquí se ve un respeto sumo por la persona. Primero, a solas, dándole la oportunidad de convertirse. Aparece aquí la necesidad de la comunidad. La palabra ‘Iglesia’, viene de Ekklesia, que significa asamblea. ¿Qué tipo de asamblea construye la escucha del Evangelio?: la asamblea de quienes hacen acontecer el Reino de Dios aquí y ahora. Hacer acontecer el Reino es cuidar la “relación” con el otro; es “saber hacer” la corrección fraterna, nunca para “sacarme la espina con el otro”, siempre para buscar la felicidad del otro, quien en una verdadera comunidad se vuelve “mi hermano o mi hermana”, porque nos une la misma sangre de Cristo. La asamblea de creyentes en Cristo, la constituyen hombres y mujeres libres, quienes por el Bautismo, no tienen miedo a perder la imagen para salvar al otro y darle la vida. Esto tiene un nombre concreto: “saber morir por el otro para que tenga la verdadera vida”.
* Miembro del Equipo de Formadores en el
Seminario Mayor de Manizales
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