Pbro. Rubén Darío García


Recorriendo el camino de la Cuaresma nos encontramos en estas lecturas con dos rayos de luz que iluminan las tinieblas de nuestra existencia: la Alianza y la Cruz. Dios realiza con Abrán una alianza en la cual, según la ley, los dos contratantes debían pasar en medio de varios animales divididos por mitad. "Uno de los detalles de la Palabra, dignos de ser observados, es que quien pasó por el medio fue Dios mismo, porque a Abrán le había caído un soporte invadido un sobresalto, por lo cual “no pasó” (Cfr. Gen 15,12).
En la Alianza, Dios se ha donado todo, sin reservas, sin exigirnos nada, totalmente gratis.
En la Cruz, Dios Padre misericordioso nos ha entregado totalmente a su Hijo único, para que tú y yo tuviéramos la liberación de nuestros pecados y, por ello mismo, obtuviéramos la reconciliación total pues habíamos perdido la relación a causa del pecado. En el lugar del Hijo en la cruz, deberíamos haber estado tú y yo, mas su Amor pleno ha ocasionado tal entrega sin límites, sin reservas. Aquí está la Nueva Alianza realizada por Dios Padre con nosotros.
En la Eucaristía Dios mismo se nos entrega cotidianamente para que comiendo de un mismo pan y bebiendo de un mismo cáliz, podamos vivir en la plenitud del amor, siendo capaces de amarnos perdonándonos nuestras deudas y muriendo por el otro, esto es, por el enemigo, es decir, por quien nos destruye y desacomoda.
En el pasaje de la transfiguración, aparecen Jesús, Elías y Moisés. Los discípulos experimentan un gozo indecible, tanto que Pedro exclama: “Maestro, está bien que nos quedemos aquí”. Es la manifestación del Amor divino cumplido; es la realización, el cumplimiento de la promesa hecha por Dios a Abrán “Voy a dar a tu descendencia esta tierra”.
Por la cruz a la gloria. No hay resurrección sin cruz, porque no hay cruz sin resurrección. Todos los sufrimientos de la vida presente tienen un sentido. Ellos guardan detrás una fuerza incontenible de vida. Cuando pasa la tribulación, notamos que nuestra fe ha salido fortalecida, que nuestro espíritu se ha templado. Toda precariedad, enfermedad, derrota, ha golpeado en la raíz nuestra soberbia y nos ha aterrizado en la realidad de un mundo que pasa, donde la fama, los honores, el prestigio, son pasajeros y, en realidad, insuficientes para dar la verdadera felicidad. Mientras experimentamos el sufrimiento no entendemos, pero cuando se abren nuestros ojos somos capaces de dar gracias por aquellos momentos tormentosos. No olvides: detrás de la Cruz está la Vida.
Miembro del Equipo de Formadores
en el Seminario Mayor de Manizales
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