Pbro. Rubén Darío García


Rubén Darío García, Pbro.
LA PATRIA | MANIZALES
Éxodo 24, 3-8; Salmo 115; Hebreos 9,11-15; Marcos 14,12-16.22-26
Este día Domingo celebramos una solemnidad maravillosa: el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Se comenzó a celebrar en Lieja en el año 1246, siendo extendida a toda la Iglesia occidental por el papa Urbano IV en 1264, con una finalidad: “Proclamar la fe en la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía”. Este es el día de la Eucaristía en sí misma.
Eucaristía significa reconocimiento, gratitud; de ahí ‘acción de gracias’. Es la oración que celebra las maravillas de Dios, pues estas ‘maravillas’ se expresan para el ser humano en beneficios, por los cuales se llena de contenido la alabanza dirigida a Dios. Se trata pues de ‘reconocer’ y ‘agradecer’ todo lo que ‘en días pasados’ y ahora, ha hecho el Señor en la vida. Se trata de mirar estas acciones y alabar a Dios por ellas.
En realidad ¿qué tienes tú que no hayas recibido? La vida no te la has dado tú mismo; el alimento, viene de la tierra y del trabajo del ser humano, pero ni siquiera la semilla sembrada ha crecido por la fuerza del hombre, ella tiene dentro de sí, una potencia, la cual permite que el sembrador haga otras cosas, duerma y trabaje por mucho tiempo, sin fijarse en ella, sólo proporcionando agua y abono, nada más. Hasta el vestido que llevas puesto lo has recibido de quien lo ha elaborado, pero éste, a su vez, ha recibido la materia prima de quienes realizan un proceso con los elementos sacados de la naturaleza: ‘obra salida de las manos de Dios’. Pan, agua, vino, frutos, son bienes por los que se bendice a Dios. La comida misma tiene valor religioso, pues la comida en común establece vínculos sagrados entre los comensales, y entre ellos y Dios.
Alimentos y comida sirven para expresar la comunicación de vida que hace Dios con su pueblo. Cuando el pueblo sintió hambre en el desierto después de la liberación de Egipto, el maná y las codornices fueron el modo como Dios manifestó su amor y cuidado por sus hijos. El agua que brotó de la roca de Horeb (Sal 78,20-29), es signo de que Dios mismo escucha el clamor de su pueblo. Si en este momento miras la Cruz y a Jesús en ella, comprendes que estos hechos mencionados eran prefigura de la realidad definitiva que nos ha sido dada como Don: “de Cristo crucificado brota de su costado agua y sangre y Él mismo es el cordero, alimento, que quita el pecado del mundo porque es el Pan bajado del cielo (Cfr. Ex 16,4; 1 Cor 10,3ss). Jesús es el Pan de vida, primero por su palabra que abre la vida eterna a los que lleguen a creer (Jn 6,26), luego por su carne y su sangre dados como comida y bebida (Jn 6,51b-58).
Es por esto por lo que cuando Jesús pronuncia las palabras en la última cena: Tomad y comed esto es mi cuerpo…Tomad y bebed esta es mi sangre... en Él se está ofreciendo todo el ser humano a Dios en alabanza, por las maravillas realizadas en el éxodo: la liberación de toda esclavitud, la victoria sobre la muerte. Aquí toma sentido también tu sufrimiento. Si miras las acciones o sucesos pasados, tú llegas a bendecir y alabar a Dios por una enfermedad vivida, o por un acontecimiento muy difícil, ya que por ese suceso se te han abierto los ojos. Recuerdo un hombre que entró en la cárcel y su situación de sufrimiento en ella, le hizo reconocer el valor de su esposa, de sus hijos y le cambió la mentalidad frente al dinero y al trabajo. Este hombre llegó a decir: “Bendito sea Dios por el día que llegué a la cárcel, porque allí fue la cita que el Señor me puso para sacarme de la muerte en la que vivía y darme la verdadera vida”.
Miembro del Equipo de Formadores en el
Seminario Mayor de Manizales
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