Pbro. Rubén Darío García


Después de la Ascención del Señor los discípulos quedaron en la espera del Espíritu Santo el cual, en Pentecostés irrumpe con su poder. Los apóstoles, por la fuerza del Espíritu, anuncian con ardor el Evangelio.
Esteban fue elegido diácono por su fuerza espiritual: “lleno del Espíritu Santo”. Predica el mensaje con ardor y sin temor alguno ante las autoridades judías; pero al mismo tiempo está lleno de la humildad que le corresponde a un verdadero apóstol. Ha comprendido que creer en Cristo le hace capaz de perdonar a quienes lo están matando: “Señor, no les tengas en cuenta este pecado”. Esta reacción ante la muerte, ha inscrito a Esteban entre los que “lavan su ropa para tener derecho al árbol de la vida y poder entrar por las puertas de la ciudad”.
Cuando nosotros amamos a nuestros enemigos, es decir, a quienes nos destruyen, nos quitan la paz, ese amor, es el mismo con el que Jesús nos ha amado hasta el extremo subiendo en el árbol nuevo de la cruz y “dejándose matar” para que tú y yo pudiéramos entrar a comer del árbol de la vida.
En la celebración del sacramento del Bautismo, se nos ha colocado una vestidura limpia y blanca. Limpia porque el Cordero pascual, Cristo Jesús, nos ha hecho renacer del agua y del Espíritu con su máxima ofrenda de amor. Esta vestidura es blanca porque hemos sido resucitados, hemos nacido a una vida nueva. Solo que, a causa del pecado, de la ruptura con el amor de Dios en nuestra existencia, esta vestidura se ha manchado. Hoy la Palabra nos dice: “Felices los que lavan su ropa”. Es decir, dichosos los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen por obra, ya que de esta manera lavan su ropa. Al llegar a creer en Cristo, la fe hace que seamos capaces de obrar contra la corriente del mundo. Por la fe, actúas siempre en la verdad aunque esto traiga situaciones difíciles. Nunca nos sentiremos defraudados si obramos conforme a la verdad, porque ella, nos hace libres.
Tenemos una grande bendición porque el mismo Jesús ora por nosotros para que no decaigamos: “Padre santo, no sólo por ellos ruego [por los apóstoles], sino por los que crean en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno, como tú, Padre en mí y yo en ti”. Así que, ahora escuchas estas palabras a través de este escrito; pero, sí te las crees, si por ellas llegas a creer que Jesús es el Señor de tu vida, que ha muerto y resucitado por ti para que tengas la vida eterna y en abundancia, serás verdaderamente feliz, porque habrás dejado lavar tu ropa y podrás entrar en la Eucaristía donde comerás del fruto que nos ofrece el “árbol de la vida”.
Delegado Arquidiocesano para la Pastoral
Vocacional y Movimientos Apostólicos
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