Pbro. Rubén Darío García


¿Está usted de acuerdo con la paz? Seguramente su respuesta será: ¡claro que sí, cómo no estar de acuerdo con ella! Cuando comienzan las preguntas y los intentos de solución, surge la preocupación: ¿A qué costo? Y las explicaciones nos confunden, ya que cada ponente defiende su punto de vista. ¿Qué hacer entonces? ¿Explicar más y mejor el concepto de la paz?
Hay muchos libros que hablan de ella. ¿Debemos hacer correr más tinta o, por el contrario, decidirnos a realizar, poner por acto, cada uno desde su interior la paz?
¡Cómo nos ilumina la Palabra de hoy el día en que se firmará la paz! Porque los conceptos están muy divididos: algunos desean el perdón histórico y el recomenzar de nuevo; otros no están de acuerdo con otorgar el perdón a causa del dolor y los resentimientos que han dejado tantos años de guerra. ¿Cómo llegaremos a establecer vínculos reales y cumplimiento de las promesas hechas? Necesitamos una actitud común de fondo; un mismo espíritu que nos una; una misma mirada desarmada: el amor al prójimo.
La palabra “prójimo” etimológicamente expresa la idea de asociarse con alguno, de entrar en su compañía. El prójimo, contrariamente al hermano, con el que está uno ligado por la relación natural, no pertenece a la casa paterna; si mi hermano es “otro yo”, mi prójimo es “otro que yo”, otro que para mí puede ser realmente “otro”, pero que puede también llegar a ser un hermano. Jesús le desvela el verdadero sentido del prójimo.
Ahora bien, Jesús universaliza este mandamiento: uno debe amar a sus adversarios, no solo a sus amigos (Mt 5,43-48); esto supone que se ha derribado en el corazón toda barrera.
En realidad, no me toca a mí decidir quién es mi prójimo. El “otro” que esta en apuros, aunque sea mi enemigo, puede convertirse en mi prójimo. El amor universal conserva así un carácter concreto: se manifiesta para con cualquiera al que Dios ponga en mi camino.
Entonces, ¿cómo firmar la paz con corazones todavía armados? Desarmarnos no es solamente pidiendo a los grupos “alzados en armas” abandonarlas. Se dejan las “armas” cuando dentro de nosotros nos perdonamos. ¿Para qué armas cuando ya ha existido el perdón? Enemigo es quien me destruye, quien me desinstala, quien me mata. Amar al enemigo es exactamente amar donde es ilógico el amor. Esto es lo que produce Jesucristo en nuestras vidas: nos desarma para que no pensemos mal del otro y creamos en la conversión, para que nos estrechemos las manos con sincero arrepentimiento y voluntad de cambio; para que nos libremos de los resentimientos que hacen sangrar todavía nuestra historia.
El prójimo real de quien está caído en el camino es quien tuvo compasión y misericordia de él, aunque éste fuera su enemigo. ¡Haga usted lo mismo y vivirá!
Delegado Arquidiocesano para la Pastoral
Vocacional y Movimientos Apostólicos
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