Pbro. Rubén Darío García


LA PATRIA | MANIZALES
Este año viene iluminado por la misericordia de Dios con su pueblo. El término “misericordia” indica acercarse a la miseria del otro para cambiar su realidad quemando con el fuego del amor, radicado en el corazón: “Miserere Cordis”. Indica que la miseria del otro viene quemada por el amor, queda convertida en cenizas por el abrazo del corazón. Así se puede comprender mejor la cancelación del pecado por el Amor de Dios.
El salario del pecado es la muerte. El pecado causa una destrucción profunda de la realidad personal. Es por esto por lo que impide realizar lo único que le da sentido: Amar. El pecado es entonces “no poder amar”, es la negativa al amor.
La causa del pecado está en la soberbia. El libro del Génesis muestra en el capítulo 3 que todo pecado aparece tentador e identifica el oficio del tentador con la serpiente, el diablo o Satanás, cuyo “engaño” hace caer al ser humano condenándolo a la miseria y a la destrucción real de su existencia, destinándolo a no poder ser feliz (Cfr. Ap 12).
En los textos que hoy nos son entregados encontramos al rey David, quien, teniendo sus esposas, se fija en la única mujer de su siervo Urías y la desea. Se vale del poder que tiene como rey y la seduce. Ella queda en embarazo y el rey, el ungido del Señor, cegado por su pecado, inventa todas las formas posibles para hacer aparecer que el hijo que viene no es suyo sino del esposo de ella: Urías. Al no conseguir tal patraña, decide, abusando de su poder, asesinarlo a través del jefe de su ejército. El profeta Natán le descubre su pecado, le quita la venda de sus ojos y le hace caer en cuenta de la injusticia monumental que ha cometido. David, al darse cuenta que ha pecado gravemente y que ha hecho lo que no agrada al Señor, se arrepiente y suplica el perdón orando: “Misericordia Dios mío por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa, lava del todo mi delito, limpia todo mi pecado; pues yo reconozco mi culpa, tengo siempre presente mi pecado” (Sal 50). Por su actitud de despojo de sí mismo es absuelto de su culpa. Así lo podemos orar en el salmo 31: “Dichoso el que está absuelto de su culpa, a quien le han sepultado su pecado”.
Jesucristo ha cancelado nuestro pecado muriendo en la cruz y resucitando nos ha dado la nueva vida. En el Evangelio aparece una mujer que ha pecado. Al enterarse de que Jesús está comiendo en la casa de un fariseo, porta consigo un frasco de perfume, el más costoso, y, llorando, “se puso a regarle los pies con sus lágrimas, se los enjugaba con los cabellos de su cabeza, los cubría de besos y se los ungía con el perfume”. Lo que antes la mujer usaba como medio para ejercer su prostitución —el perfume y los cabellos— ahora se transforman en instrumentos de su amor a Aquel que le ha mirado, no como los demás hombres, sino como quien la ha amado para darle la verdadera vida. Así es que Jesús exclama: “A quien mucho ha amado, mucho se le ha perdonado”. Esta Palabra es para ti: ¡Haz lo mismo!
Delegado Arquidiocesano para la Pastoral
Vocacional y Movimientos Apostólicos
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