Guillermo O. Sierra


La vida tiene su momento, su lugar y su gente. Creo que todos los instantes son los indicados para mirar con mucho detenimiento lo que somos y lo que hacemos; nuestras actitudes, comportamientos, opiniones, sentimientos, poses corporales… Todo. Lo ideal es esto: siempre estar pendiente de nosotros mismos. Sin embargo, este ideal es solo eso. Por lo general, muchos de nosotros terminamos actuando y diciendo cuanta cosa se nos ocurre (o, incluso, repetimos lo que se les ocurre a otros) sin pensar en las consecuencias que trae tal comportamiento. Somos muy ligeros de palabra y de obra; y, lo que me parece más grave es que no enfrentamos las consecuencias de lo que decimos o hacemos. Nos escondemos.
Por eso me pregunto ¿cómo estimular una reflexión responsable, seria y juiciosa para que desde nuestras cotidianidades aprendamos a crear una forma de narrar, de contar nuestra historia y así poder construir una nación justa, equitativa, solidaria, respetuosa, honesta…? No creo que haya que ser experto en algo o haber conseguido un alto título académico para lograr esto. Las cotidianidades de los ciudadanos no se componen solo de esto; también están construidas de pequeñas cosas en los hogares, en las calles, en los bares, en las cafeterías, en los parques, en los juegos, en la vida nocturna…, en el día a día de quienes tenemos el privilegio de tener un empleo, y en el día a día de quienes, infortunadamente, no lo tienen. Me refiero al río, en el que nunca nos bañamos dos veces, por el que debemos navegar con vital resistencia.
Hoy, de nuevo, hago un llamado para que nosotros, ciudadanos colombianos, provoquemos conversaciones tranquilas, que nos faciliten girar alrededor de los intereses de los demás; que pensemos despacio lo que nos dicen, y que caminemos sobre las palabras y encontremos los mejores argumentos para ratificar o contraponer los nuestros. El tiempo apremia, lo sé; pero la vida es sagrada como para que nos la juguemos “por el más infantil espejismo”, como lo dijo el poeta León de Greiff en su Relato de Sergio Stepansky.
Muchos dicen que lo que ha sucedido con la firma del gran Acuerdo es un momento histórico para que nos pensemos como colombianos. Es cierto. Pero, considerando lo que he dicho líneas arriba, creo que todos los instantes de nuestra vida son históricos. Nuestra vida es histórica por sí misma; y justamente por eso digo que nuestras cotidianidades deben estar marcadas siempre por la reflexión consciente y seria, responsable y juiciosa de lo que hacemos y decimos.
Para el caso de la invitación que se nos ha hecho a los colombianos a votar por el Sí o por el No, me parece que la decisión respectiva debe ser el resultado de haber leído con mucho cuidado, sin afán mediático, el extenso documento del Acuerdo. Creo que su lectura debe conllevar el poder caminar por la senda de un ejercicio que nos facilite la búsqueda de otras formas de habitar este país, y de diseñar un gran pacto social para construir paraísos terrenales.
De igual modo, y a riesgo de caer en algún tipo de presunción, me parece que la academia debe ser el espíritu ilustrado al que le corresponde ser faro de realidad para que los ciudadanos puedan reaccionar con responsabilidad y justicia sobre un asunto tan importante como lo es acabar con las violencias que flagelan a los ciudadanos en sus propias cotidianidades.
Continúo en mi lógica de profesor universitario, me atrevo a repetir la pregunta (preguntar es lo que también le corresponde a la academia): ¿Cómo diseñar, desde las palabras y los cuerpos, nuestras cotidianidades para hacer de éstas, formas expresas de pensamiento razonable?
Pensémoslo. Estoy convencido de que juntos encontraremos la senda propia para vivir en el país que todos nos merecemos.
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