La historia se ha contado muchas veces. Esa historia macabra de las 146 mujeres, inmigrantes pobres de origen judío e italiano, que murieron en una fábrica de camisas, propiedad de Triagle Shirtwaist Company, y que se incendió un 25 de marzo de 1911 en Nueva York. Un edificio de 10 plantas que no tenía ninguna medida de seguridad y que los dueños bloqueaban las puertas para que ninguna mujer se saliera antes de que se acabaran las intensas jornadas.
Hay otra versión que relata que el 8 de marzo de 1917 en Rusia, y ante la escasez de alimentos, un grupo de mujeres protagonizaron una revuelta, lo que implicó, dicen, que este hecho fuera uno de los orígenes de la revolución rusa y del fin del zarismo. A partir de ahí, en ese país, las mujeres consiguieron el derecho al voto. Cuentan también los historiadores que hasta ese momento las mujeres eran las olvidadas de la Revolución Industrial: menos salarios por el mismo trabajo, menos derechos y escaso o nulo reconocimiento social.
El asunto grave es que, a la fecha, la situación de la mayoría de las mujeres prácticamente continúa igual. Han hecho conquistas, pero creo que no las suficientes y las que se merecen. Según la Cepal, en América Latina, hasta el año pasado, el número de habitantes era de 625 millones, de los cuales 315 eran mujeres, y 310 eran hombres. Todos los países del continente del Sur han ratificado la Convención sobre la eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer. Se le dio luz verde a la Convención de Belém do Pará, un importante instrumento para combatir la violencia contra las mujeres. Varios países (infortunadamente no todos) han creado ministerios o institutos de asuntos de la mujer, y han hecho significativas reformas de sus códigos civiles, y se ha tipificado la violencia de género como delito y el establecimiento de la Ley de Cuotas para los cargos públicos.
En Colombia, es cierto ha habido algunos importantes progresos en lo que atañe a la promoción de la igualdad de género. Este país ha ratificado todos los tratados internacionales vigentes sobre los DD.HH., haciendo énfasis en los derechos de las mujeres. A pesar de todas las leyes, de la aceptación verbal de la participación de las mujeres en la real construcción de la democracia, seguimos siendo testigos de las violencias contra las mujeres de todas las edades. Siguen siendo víctimas de amenazas, asesinatos, terrorismo, torturas, desapariciones involuntarias, esclavitud sexual, abuso sexual, embarazos y abortos forzados… Más de 400 mil mujeres han sido víctimas de homicidio en el marco del conflicto armado; poco más de 2 millones 700 mil mujeres han sido desarraigadas de su territorio. Y ni qué decir de los grupos étnicos: indígenas y afrocolombianas. Datos oficiales registran que por lo menos 3 mil 500 homicidios de personas de estos grupos culturales, han sido asesinadas, de los cuales un 65% corresponde a las mujeres. Ignominioso y monstruoso.
Con todo, que el miércoles 8 de marzo, cuando se conmemore el tradicional Día internacional de los derechos de las mujeres (mal denominado día de la mujer), ojalá juntos, hombres y mujeres pensemos en cualificarnos sobre temas relevantes como los presupuestos participativos y sensibles al género, técnicas de incidencia política para la toma de decisiones de políticas públicas, la ley de mujeres rurales, el fortalecimiento de las organizaciones de mujeres y los enfoques diferenciales de género, entre otros temas.
Abogo por el hecho de que las mujeres continúen conquistando sus propios espacios. Un abrazo solidario para todas ellas.
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