Guillermo O. Sierra


Por supuesto que deseo y espero que nuestra Selección Colombia gane el partido de esta tarde. Y obvio que no es un encuentro fácil, al fin y al cabo se enfrenta a un equipo de once jugadores que tienen la pesada cruz de defender, con su DT, Luiz Felipe Scolari, cinco títulos que sus antepasados (jugadores como esos se extrañarán por siempre) les dejaron en su historia.
No obstante, y desde mi prejuicio, claro -que estoy lejos de ser un experto en materia futbolera-, digo que Brasil sabe que tampoco la tiene fácil, tiene que salir a la cancha a jugar de verdad. Y como si fuera poco, una sombra larga llamada Pelé, el único "Rey", les sopla en la nuca diciéndoles: -"olho, com muito cuidado, a seleção da Colômbia não é uma pequena rival no futebol".
Es cierto, es um jogo de um a um. Y este juego de hoy viernes es un acto de fe. Fe en 22 jugadores y en un DT que en todos estos días han salido a las canchas a darle alegría a un pueblo que, hoy más que nunca, la necesita. Y es una felicidad de verdad, a pesar de algunas fatales celebraciones que de cierta manera empañan el esfuerzo de nuestros jugadores. Quizás debí haber titulado esta columna Fútbol, alegría y lágrimas. Pero no me pareció adecuado unirme a algunos necios que se empeñan en decirle al mundo que aquí campean las violencias por encima de los afectos y las ilusiones. Porque eso es lo que estamos viviendo la mayoría de los colombianos: esperanzas e ilusiones de que el fútbol nos una y nos motive a construir un país mejor, más justo y solidario.
Cómo quisiera que hubiéramos aprendido la lección de humanidad y de humildad que nos dejó Nelson Mandela, Madiba, un negro de la etnia Xhosa, que medía 1,85 de altura y 88 kilos de peso y que se paró frente a François Pienaar, un blanco de 1,91 y 110 kilos, convirtiendo este momento en quizás el más importante acto político del continente africano; un instante en el que incluso, el neozelandés Jonah Lomu, quien sufrió la derrota de aquel encuentro, dijo que habían perdido el trofeo, "pero vimos cómo se escribía la Historia".
Muchas veces he dicho que este país necesita que construyamos un gran relato nacional que nos facilite encontrar caminos que nos conduzcan por la senda de la reconciliación y del perdón. ¡Quién sabe!, es posible que estos 22 chicos que se la están jugando toda en esta vigésima edición de la Copa Mundo, nos ayuden a hallar estos caminos. Es más, y corriendo el riesgo de que me tachen de pesimista o hasta de aguafiestas, si nuestros jugadores llegaran a perder con Brasil esta tarde, aventuro la hipótesis de que ya nos han dado una enorme lección de lo que significa estar unidos, jugar en un mismo equipo basados en la confianza y el respeto, aunque cada uno tiene seguramente intereses diferentes, proyectos de vida para un futuro cercano que son distintos.
¡Quién sabe!, quizás esta tarde entendamos que vale la pena pensar en el fútbol como un deporte más que como un espectáculo; es posible que comprendamos que, pase lo que pase, no debemos renunciar a la alegría que hemos sentido todos estos días. Confío en que James, Cuadrado, Ospina, Mondragón, Yepes, Armero, Balanta, Zúñiga, Ibarbo, Martínez, Bacca y todos los demás, salgan a la cancha a gambetear a los brasileros en um jogo de um a um, a los jueces y hasta a los espectadores, y nos muestren una vez más el máximo goce del cuerpo que, como lo decía Eduardo Galeano, "se lanza a la prohibida aventura de la libertad".
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