Guillermo O. Sierra


Muy bien, se terminó la pasada campaña electoral en la que los colombianos teníamos tres escenarios: votar por uno de los dos candidatos: Zuluaga o Santos, votar en blanco, o abstenerse de ir a las urnas. Y con todo, hay Presidente. ¿Y ahora… qué?
Pues, a mí, lo que se me ocurre es aventurar la siguiente conjetura: lo que vivimos -sufrimos dirían muchos- en las recientes campañas destinadas a alcanzar la máxima investidura del país, debería servirnos de pretexto para pensar, como ciudadanos, en la inmensa posibilidad que tenemos de continuar participando en la construcción de nuestra democracia. Una democracia que deberíamos entender en un presente continuo, es decir, verla como una elaboración permanente de nuestro régimen político; el menos malo, decía con algo de nostalgia Winston Churchill.
Para esto, convendría que siempre asumamos una actitud y un comportamiento razonables. Para decirlo en palabras más sencillas, diría que pensáramos en la responsabilidad que tenemos todos para generar, desde y con la palabra, espacios en donde los acuerdos y los entendimientos nos permitan la búsqueda de horizontes en donde reconozcamos la diversidad de la que estamos hechos. Pertenecemos a una nación pluricultural, pluriétnica, plurilingüística, plurirreligiosa. Y esto, a todas luces es trascendental.
Elegir Presidente de la República implica que todos los ciudadanos, sin excepción, comencemos desde nuestros pequeños mundos, desde nuestras cotidianidades en liderar cosas, procesos, proyectos… Por supuesto, no me parece fácil encontrar una definición de liderazgo. La reingeniería lingüística de hecho expone muchas definiciones del término líder, pero desde mi perspectiva, sino se tienen los elementos que hace un momento mencioné, no se logra un liderazgo en ninguna parte.
Y me parece que lo que debemos entender en primera instancia es que, antes que ser líderes, somos seres humanos. En palabras de Jean Paul Sartre, la existencia precede a la esencia, es decir, que se empieza por existir, por encontrarse en un mundo, adaptarse a él, y luego sí puede definirse.
El ser humano no solo es como se concibe, sino como él mismo quiere ser. Somos lo que hacemos de nosotros. He dicho, incontables veces -y no me cansaré de decirlo- que cada uno de nosotros es autor de su propio destino. En el pensamiento de Hannah Arendt, no nacemos siendo ciudadanos (como lo decía Aristóteles); nos hacemos ciudadanos en la medida en que participemos del mundo que habitamos.
Se es ciudadano desde ahí. Y la ciudadanía se ejerce desde las actuaciones, es decir, desde la política. Y la política es una cierta clase de actividad humana que tiene que ver con la organización de lo público. Quién ejerce este poder y cómo lo hace, son preguntas cruciales que debemos hacer cuando buscamos algún liderazgo social con la idea de develar la clase de gobierno y de sociedad que deseamos construir.
Hay quienes ejercen la política desde la dominación, y su mejor manera para hacerlo es recurriendo a las violencias. Por este camino, se terminaría por propiciar la creación de un Estado que se define por la ostentación del monopolio legítimo de las violencias, o si se quiere entender más suavemente, por el uso legítimo de las armas.
Otros abogan -abogamos, siguiendo las huellas de Hannah Arendt- por entender que el poder político debe servir para concertar formas de organización y de gobierno. Esto, repito, es asumir una actitud razonable que, con seguridad, impactaría en el fortalecimiento de la ciudadanía, la transformación social y la sostenibilidad ambiental.
Así que creo que nos queda mucho camino por hacer. Cuando quieran comenzamos ya.
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