Guillermo O. Sierra


Creo que sigue vigente la pregunta por los saberes de la academia y su pertinencia, es decir, su pertenencia respecto del mundo que habitamos. Contrario a lo que muchos piensan, que los humanistas se mantienen en las nubes y no plantean nada concreto, conviene recordar que desde Sócrates, pasando por Aristóteles, Hegel, Kant, Descartes... pensaron su mundo. El conocimiento que produjeron y con él el descubrimiento de las verdades estuvieron estrechamente relacionados con los contextos históricos, culturales, políticos, económicos, éticos, religiosos, ambientales... que se sucedían de manera permanente.
Sin hacer mucho caso de la taxonomía que diferencia a los distintos campos del saber, sean ciencias exactas o sociales, hay que hacer énfasis en que todas tienen su hontanar en contextos y momentos específicos. Por eso, creo que la pregunta por el lugar y la forma como impactará el conocimiento tiene una alta relevancia y vigencia. Desde la academia no es nada razonable pensar que el conocimiento, el pensamiento, sean productos de una idea eterna, inmodificable, sino que, por el contrario, son el resultado de las acciones humanas, de investigadores y de ciudadanos de 'a pie', que viven y pertenecen a tiempos y espacios concretos. Es importante entender, por obvias razones, que la producción de conocimiento viene acompañada de intencionalidades; se presentan intereses de muchas clases, de acuerdo con las necesidades y prácticas que se adelanten.
Se viene preguntando con insistencia, a propósito de las conversaciones en La Habana, por el papel de las universidades en el posconflicto. La pregunta me parece improcedente, puesto que desde siempre aquellas se han preocupado por desarrollar proyectos que contribuyen con los desarrollos locales, regionales y nacionales. Asunto fácil de probar. Las funciones misionales, como la investigación, les han permitido develar las contradicciones, estudiar los opuestos y sus tensiones, fomentar los cambios y las transformaciones sociales. Y esto no es de ahora. Esto se ha venido haciendo de la mano del concepto milenario de la autonomía, misma que apareció con el nacimiento de las universidades en la Edad Media. Todas, la de Bolonia, la de la Sorbona, la de Salamanca y Cambridge establecieron su fundamentación en la autonomía, lo que fue indispensable para contribuir con la construcción y preservación del patrimonio científico y cultural de las sociedades en el mundo.
Decía el sacerdote jesuita Alfonso Borrero Cabal que la “autonomía siempre se ha alzado como símbolo de la independencia del pensamiento, en las investigaciones y en el esclarecimiento de la verdad.” Y así trabajamos, protegiendo los saberes de las interferencias políticas partidistas. Por eso, la autonomía se ejerce desde la libertad, que es el sustrato del conocimiento: libertad de cátedra, de opinión, de investigación...
¿Que cuál es el aporte de las universidades una vez que se firmen los acuerdos en La Habana? Yo respondo: el de siempre, desde el ejercicio de la libertad, como principio regulador, hacer camino al andar convirtiéndose en la conciencia histórica que abriga a la sociedad. Insisto que desde siempre lo hemos hecho. Es innegable que sostenemos una muy larga tradición de pensamiento crítico con el que desarrollamos investigaciones de alto nivel. Las universidades, la academia en general, no trabajan con procesos efímeros; y no queremos que este fenómeno de la paz se convierta en algo coyuntural. La pertinencia, entonces, de las universidades está en que somos faro de realidad y autores de nuestro propio destino, por un lado; y por el otro, en que cumplimos el mandato moral y político que emana de la sociedad.
Es cierto, Colombia hoy enfrenta serios cambios históricos que necesitan de una muy seria y profunda comprensión y explicación de sus realidades. Es innegable la importancia social y política de las conversaciones entre el Gobierno y las Farc. De aquí resultan temas-problemas significativos y pertinentes para nuestras universidades, caso de la comprensión del mismo conflicto armado; de aquí debemos sacar grandes lecciones que organizar y sistematizar para luego narrarlas a nuestros hijos, y éstos a sus suyos, en aras de que conozcan la historia y no se repitan estas crueldades; pero también vale pensar en cuál es la clase de país y de democracia que queremos; y con esto, qué nuevas formas de gobernabilidad y de gobernanza deberían darse, así como la explicación de nuestra misma diversidad cultural y étnica. Sobre esto, hay que seguir pensando si nos queremos insertar de otra forma en el orden global. Tal es nuestra pertinencia.
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