Jorge Enrique Pava


Releyendo el libro “Al pueblo nunca le toca” escrito por uno de los mejores escritores costumbristas de nuestro país, Álvaro Salom Becerra, me encuentro con estas palabras que describen al país en el momento de asumir la presidencia Eduardo Santos: “El respeto al 'statu quo', el culto a los valores consagrados, el servicio a dos amos, las velas simultáneamente prendidas a Dios y al diablo, el oportunismo elevado a la categoría de necesidad patriótica, la cobardía disfrazada de prudencia, el miedo, la verdad, la mentira ataviada con los ropajes de la discreción, las fórmulas eclécticas, las soluciones salomónicas, los tonos grises, las medias palabras, los eufemismos, las ambigüedades, fueron siempre las normas de su conducta y, aplicándolas sistemáticamente, llegó a convertirse en una de las más prósperas empresas comerciales del país (refiriéndose a El Tiempo). Pero Santos, además, le infundió su personalidad a millones de sus compatriotas. Porque el santismo es un estado de alma colectivo. La gente sigue la línea de menor resistencia. No habla porque es imprudente, no escribe porque es peligroso, no exige porque es inoportuno, no protesta porque es subversivo, no actúa porque es contraproducente. Y si se atreve a hablar, escribir o actuar, lo hace con reticencias y ambages que diluyen la idea y desvirtúan la intención”.
¿Algo parecido a lo que vivimos hoy en día? ¡Todo! La historia se repite en cabeza de otro Santos quien encontró un país dispuesto a permanecer callado y resignado, y con su silencio cómplice deja que jueguen con su dignidad, con su economía y con su libertad. Porque lo que nos está pasando no puede ser más perverso: el país entregado al dominio de las Farc en todo el territorio nacional; la corrupción se pasea oronda por todas las instituciones estatales y se acepta como un sistema de vida, de costumbre, de raigambre; el Congreso de la República legisla bajo las órdenes de un Gobierno descarado quien, en su alianza con el terrorismo, viola todo principio legal y acomoda a sus conveniencias códigos y leyes para darle un viso de legalidad a sus actuaciones; y unas Altas Cortes que, rodeadas del mayor desprestigio, parecen funcionar también para los intereses exclusivos del Gobierno. ¡Y los colombianos callados!
El país no ha despertado a la realidad de este 2017. Pero, ¡pobres de nosotros con lo que nos vamos a encontrar en las próximas semanas! Un país más costoso e inviable; millones de colombianos desamparados, desprotegidos, olvidados y a merced de la anarquía fariana llena de concesiones desaforadas.
Y nadie dice, escribe o actúa. Unos porque se lucran de este sistema atroz; otros porque temen represalias; otros más porque tienen la esperanza de obtener beneficios algún día; y otros porque simplemente están resignados a que el destino les depare lo que a bien tenga, sin darse cuenta de que su indolencia es más perniciosa que el sistema, y de que su silencio envalentona a los ladrones de cuello blanco que se enriquecen cada vez más.
Ahora también podríamos decir que “el santismo es un sistema de alma colectivo”. ¡Sí! Pero de alma rendida ante la corrupción; ante la alianza con un Gobierno dispuesto a sacrificar todo para su propio beneficio; ante el descaro de los políticos vendidos que dilapidan a dos manos nuestro presupuesto y luego nos pasan la cuenta de cobro, vía impuestos, para que cubramos el déficit. Un sistema de alma colectivo que tarde o temprano terminará arruinándonos y llevándonos por la senda de Venezuela o Cuba donde todo empezó como estamos empezando nosotros. ¡Qué dolor de patria!
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El miércoles pasado se le rindió un merecido homenaje a Iván Parra Díaz, profesional de la radio quien durante las últimas décadas ha venido engalanando el callejón de la Plaza de Toros de Manizales. Y es un homenaje que se le rinde no solo al profesional taurino, sino al ser humano que irradia bonhomía, sencillez, carisma y buenas maneras. Desde esta tribuna me uno a ese homenaje y le envío un saludo de felicitación por el reconocimiento de que fue objeto. Mucho hay para aprenderle a Iván y a su deliciosa forma de narrar las corridas de toros. ¡Gracias Iván!
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