Óscar Dominguez


Nadie se muere la víspera, o sea, en el segundo que ya pasó, pero nadie nos puede garantizar que estaremos vivos en el que viene. Pones un punto aparte y ya no existes.
Si no existiera el segundo, se acabaría el flechazo o amor a primera vista que ha casado más parejas que todos los curas y notarios juntos.
Un segundo se enamoró perdidamente de una gota que conoció en una clepsidra. Se casaron y fueron felices.
Un retraso de un segundo en la novia exvirgen puede terminar en el altar. O a balazos, si el novio decide no incurrir en "mártirmonio".
Las anteriores son muestras mínimas, contundentes, de la importancia del segundo. Así que aprovechemos que este año, el 30 de junio, será un segundo más largo.
Sabiéndolo a tiempo podemos programar cómo vivirlo. Favor no gastarlo otro día. Podría despistar al azar que nos rige.
Si las matemáticas, como los papas, no se equivocan, en vez de 86.400 segundos, ese día tendrá 86.401.
Ese segundo de más se aprovechará para ajustar los relojes atómicos que a su vez están con el reloj cucú del universo.
Exagerando algo, junio será bisiesto por un segundo. Esta circunstancia le da cierto tufillo a febrero que debe esperar cuatro años para ser bisiesto. El próximo será en 2016.
El mar es un mundo de gotas tomadas de la mano. Los segundos, arrejuntados, forman el tiempo que cuelga en almanaques de las paredes como si fueran coquetos cucos que se secan al sol.
Nunca decimos: "Deme una hora", sino: "Deme un segundo". Y nos perdemos un semestre.
¿Cuántos metros caben en un segundo? Diez, los que recorre el jamaiquino Bolt, plusmarquista mundial de los cien metros.
Los raudos potros de Rivera le toman un segundo de ventaja al viento: por eso al final del famoso soneto se detienen a esperarlo.
Ni al peor amigo ni al mejor enemigo le deseo que le caiga en el dedo gordo del pie un segundo del Big Ben londinense. Pesa trece toneladas.
El segundo se hace propaganda todo el tiempo. En eso se copió de la gallina que pone el huevo y arma el alboroto. La gumarra es la jefe de relaciones públicas de sí misma. Sin confirmar sí lo digo: Las gallinas inventaron la vanidad.
Nada más democrático que el segundo: dura lo mismo en el reloj de Bill Gates que en el del mendigo… que piratea la hora en el reloj de su fugaz mecenas. La ironía radica en que el reloj nunca sabe que da la hora.
Ojalá santa Tecla, patrona de internet, esté de nuestro lado para que no colapse internet. El sistema necesita menos de un segundo para caerse. Ahí sería Troya.
El segundo nos recuerda la existencia del tiempo. Celebremos ese segundo extra escuchando El vals del segundo, de Les Luthiers.
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