Óscar Dominguez


Se han vuelto a escuchar voces partidarias de hacerle ajustes a la letra del himno nacional que escuchamos todos los días “con el orgullo de colombianos”. La propuesta incluye adicionarle una estrofa para ponerlo a tono con la paz que nos va pierna arriba con las Farc. Felizmente.
Entrados en gastos, el mismo poetastro que logre crear la estrofa posconflicto podría aprovechar la inspiración para cambiar música y letra del gastado japiberdi.
Vamos por partes. El himno nacional parece escrito para un país que no existe, o que nunca existió. Me refiero a la letra, compuesta por Núñez. La música es otro cantar.
A pesar el galimatías patriotero de la letra, desde la escuela nos vendieron la idea de que el de Colombia es el segundo himno más bello del mundo después de La Marsellesa. El segundo por la música, fruto de la inspiración del fabricante de macarrones italiano Oreste Sindice.
Ya hubo un primer tímido intento de modificar la letra. Lo hizo Shakira moviendo las caderas en una cumbre presidencial de las Américas, en Cartagena, cuna del bígamo Núñez. (Bígamo lo llamó Vargas Vila, a mí que me esculquen).
El ajuste de la mujer de Piqué fue mínimo: Habló de la “libertad de ublime” en vez de la “libertad sublime”. El remiendo de Shakira nunca prosperó.
Martha Senn, mezzosoprano, no le modificó ni una coma. Simplemente se ha abstenido de cantarlo cuando se lo han solicitado: “Está compuesto para coros, orquesta y, por su tonalidad original, para solista masculino...”, alegó la diva.
La gente que escribe himnos es una especie en extinción como los dinosaurios, la honradez y las colchas de retazos. Para no desentonar, el sujeto que se le mida a semejante empresa tendría que desayunar, almorzar, comer, dormir y hacer el amor escuchando la letra del himno para que se le contagie el jurásico estilo del marido de doña Soledad.
Para evitar el olvido eterno, mi propuesta es copiarnos de España cuyo himno solo tiene música. No habría líos por el plagio. Al fin y al cabo ellos no nos han devuelto el tesoro Quimbaya.
He tratado de convencer al señor Alzheimer de que borre de mi disco duro la letra del himno. Textos como el siguiente se niegan a abandonarme “La Virgen sus cabellos arranca en agonía y de su amor viuda los cuelga de un ciprés (¿)”.
Lo que nos hace berriar en el exterior y en actos solemnes no es la letra sino la música. Quedémonos con el aporte de Sindice y regalémosle la “poesía” nuñista al primer policía acostado que nos encontremos.
Me queda poco espacio para otra idea que me sacará del abyecto anonimato: Que, por piedad, alguien se invente algo que remplace al insulso japiberdi. Cualquier cosa. A mí el japiberdi me lo pueden dar en plata.
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