Óscar Dominguez


A propósito del día del periodista que celebramos hoy, me dio por recordar que en los años sesenta entré a la Escuela de Periodismo de la Universidad de Antioquia en una escasez que "hubimos". Debía química, física y trigonometría de sexto bachillerato.
Sin ser bachiller me presenté a la U, me hicieron algún examen sin preguntar por el bendito cartón. Y me rajaron. Como al año me llamaron: Tenía cupo. No lo podía creer. Pero así era.
Había facultad, clases, de todo. Lo que no había era alumnos. Y me llamaron a rellenar. Acepté irrevocablemente. No sabía qué hacer con mi vida. La vida tampoco sabía qué hacer conmigo. Estábamos en paz.
“Confieso que he vivido” pero confieso que tampoco soy egresado. No me alcanzó la ropita. Estudié cuatro semestres, a lo sumo.
Como en esa época tenía angustia existencial (o pecueca o pereza mental), estudiaba un semestre, lo perdía, descansaba el otro y volvía. Desde entonces soy solidario con los malos estudiantes, mis colegas.
Durante el tiempo que hice turismo existencial en la U no gané siquiera la materia que más me gustaba: literatura, que nos daba el poeta Elkin Restrepo. El profe tuvo la amabilidad de subirme a tres raspao con el argumento de que yo tenía idea de redactar. “¿Entonces cómo te voy a hacer perder la materia?".
Ese tres raspao me salvó la vida, me dio ínfulas, me hizo sentir importante. Fue mi diploma de grado. Mi posgrado. Por fin ocupaba un lugar bajo las estrellas.
Y como el azar se da sus licencias, Elkin estaría luego en el lanzamiento de mi libro "Historias del eterno femenino" que editó la Universidad de Antioquia. El libro se regaló bien.
Pero deserté de la U porque una vez me levanté enguayabado pero sensato, y me dije:
- Llevás aquí mucho tiempo, no has ganado un solo semestre, ni siquiera conocés un periódico ni una emisora por dentro. No jodás, abrite del parche.
Y en Braniff… branifjumíchica flota Magdalena, arranqué para Bogotá a pedir chanfa en el noticiero Todelar.
Uno de los directores, el Loco Alberto Giraldo, me entrevistó la vez que me presenté a pedirle puesto en octubre de 1968. La ropita de tierra caliente y el pachulí que me unté no eran míos: eran de mi hermano y mi madre me los había echado entre la precaria maleta de viajero a ninguna Itaca.
- ¿Y vos querés ser periodista, marica?, me preguntó el Loco.
- Sí, don Alberto.
- ¿Y qué sabes hacer?
- Pues nada. Estaba estudiando en la Universidad de Antioquia.
- ¿Pero sabés redactar siquiera?
- No, señor.
- ¿Entonces?
- ¡Aaaah!
- Entonces te voy a dar trabajo de patinador en el noticiero. ¿Cuánto te querés ganar mensualmente?
- Mil pesos, don Alberto.
- Te voy a pagar 800 y madrugás a las cinco de la mañana.
Y me sacó tallado de la oficina. Desde entonces me dedico a este oficio de nunca acabar. Y de siempre aprender.
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