Óscar Dominguez


El Loco Horacio Jaramillo Bustamante escogió el bullicioso diciembre para terminar su agitado y creativo viaje a Itaca. Murió de vida a los ochenta años. No dejó nada para futuras encarnaciones.
No vino a durar ni a calentar la banca, sino a crear empresas, escribir, enseñar al que no sabía de lo que él sí sabía. Fue su forma de alcanzar la inmortalidad, siguiendo la receta del Dalai Lama.
Colegas suyos restauranteros hicieron la primaria, bachillerato y universidad bebiendo en su fuente.
Hombre de mundo, era un gozaderal. No vino a sufrir. Con Brillat-Savarin pensaba que es más importante el descubrimiento de un nuevo plato que de una nueva estrella.
Sacó tiempo para ejercer como columnista de periódicos. En ese destino sabía dónde ponían las garzas.
Hizo la primaria como restaurantero con El Pocoloco. Se volvió serio y viajó a París. Al regreso sacó del sombrero La Bella Época que hizo historia en Medellín.
En Bogotá impuso los restaurantes Casa Vieja donde le dio estatus a la comida criolla. Arrancó en el claustro de San Diego para echarse a Dios entre el bolsillo.
En la bolsa de Nueva York se aburrió de ganar verdes y regresó a las piedras del fogón. “Hay que retirarse ganando”, le dijo una vez al periodista Julio VIP Betancur Carrillo.
Con Hamburguesas del Oeste les hizo el milagro a los padres de familia de poner a comer ensalada a la muchachada.
Y como en el adn de todo paisa hay frisoles creó El Vaquerito: arroz, frisoles, ensalada y carne de Hamburguesas de Oeste, claro. Fue cofundador de repostería Santa Clara.
Sabía todo sobre la tribu paisa. Se tuteaba con el blancaje colombiano que “padeció” su franqueza.
“No sé qué es peor, le dijo también a VIP Betancur, si estos mafiosos que no saben qué hacer con tantos dólares, o esta oligarquía quebrada detrás de los malos vendiéndoles sus propiedades”.
Se disfrazaba de cura el día de las ánimas para espantar. Disfrazado de cura, el Loco se coló en una recepción donde saludó al papa Juan Pablo II. (Loco se les dice a los talentosos que son capaces de hacer lo que a los hombres de a pie ni se nos ocurre).
En el caso de Horacio Jaramillo nada de ropita bajada con horqueta de El Hueco o de San Victorino. Pura elegancia. Un gentleman para estar a tono con el oficio que amó como a las niñas de sus ojos: Paula, Carolina y Lucas, terceto que hizo en dueto con Martha Luz del Corral, la bella.
Hablar en su presencia era perder la oportunidad de escuchar una cátedra sobre economía, la gente, la política, la gastronomía, la vida.
Hoy al mediodía gastarán misa en su memoria en el Gimnasio Moderno de Bogotá, donde despiden a los principales. Jaramillo lo fue. Paz sobre su talentosa locura.
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