Ricardo Correa


Luego de finalizada la Segunda Guerra Mundial, y durante trece años, tanto Alemania como los países vencedores le echaron tierra a la posibilidad de investigar, y ni qué pensar en castigar, a cantidades de alemanes que habían cometido crímenes contra la humanidad durante la hora oscura del régimen nazi -1933 a 1945-. Parecía que con los juicios de Núremberg todo quedaba resuelto.
Pero la realidad mostraba que la sociedad alemana le estaba haciendo el quite a que toda la verdad sobre la guerra, con sus partícipes y sus respectivas responsabilidades, saliera a flote. Estaban todos empeñados en la reconstrucción y en olvidar el infierno que se vivió. Sin embargo, en 1958 se inició, casi por azar y como un esfuerzo aislado, una investigación puntual sobre un carcelero del campo de concentración de Auschwitz, que derivó en una muy seria y estructurada investigación penal contra criminales de la Segunda Guerra Mundial, básicamente vinculados al exterminio judío.
El joven abogado Johann Erdmann, novel fiscal en Frankfurt, con el apoyo decidido del fiscal jefe de dicha ciudad, Fritz Bauer, emprendieron la muy difícil tarea de buscar y acusar penalmente a un grupo de personas que cometieron graves crímenes en este campo de concentración. En 1963 veintidós nazis afrontaron los llamados 'Procesos de Auschwitz'. Este juicio levantó el velo de negación de unos y de ignorancia de otros, en la Alemania de postguerra, sobre el alcance del horror del régimen nazi y del compromiso criminal extendido en un sector de la sociedad alemana que ejerció el mal a voluntad, durante ese tiempo.
Este juicio trajo a la la luz una verdad que se quería dejar escondida y la vergüenza a quienes participaron del régimen nazi a voluntad y quienes, una vez terminada la guerra, llevaban una vida totalmente ajena a lo que había sucedido y sin la menor muestra de arrepentimiento.
La maravillosa película alemana de Giulio Ricciarelli, Laberinto de mentiras o La conspiración del silencio, realizada en 2014, nos trae toda esta historia.
En los últimos años hemos empezado a descorrer en Colombia el velo que nos tuvo durante mucho tiempo en ignorancia o en negación respecto a nuestra propia guerra. Varias iniciativas públicas y privadas han realizado el muy serio y admirable trabajo de investigar y relatar el horror vivido. Es de destacar lo hecho por el Centro de Memoria Histórica que dirige Gonzalo Sánchez, con sus informes sobre eventos muy dolorosos de este conflicto y el informe general sobre la violencia de los últimos cincuenta años llamado “Basta ya”.
El acuerdo de paz que pronto se firmará entre el Gobierno Nacional y las Farc nos traerá una oportunidad de oro para seguir descubriendo la verdad sobre lo que nos ha sucedido. El punto sobre justicia transicional contempla la manera en que serán tratados los crímenes cometidos por quienes han intervenido en esta larga guerra, empezando por los líderes guerrilleros, pero teniendo la posibilidad de ir más allá. Hay básicamente tres tipos de castigos contemplados que, es preciso recordar, se dan en el marco de un proceso de terminación del conflicto bélico en una mesa de negociación, lo cual les da un carácter particular, más benigno que en un escenario de derrota militar, en el cual se aplica simple y llanamente la ley penal vigente.
Estos tres tipos de castigos son los siguientes: el más moderado consiste en la restricción territorial por un determinado período de tiempo a quien confiese todos los delitos que ha cometido y contribuya eficazmente a que se conozca la verdad de lo ocurrido. Uno intermedio que implica de cinco a ocho años de prisión para quien omitió revelar su responsabilidad en un delito y lo admite durante el juicio que se le abra. El más severo permite una condena de hasta veinte años de prisión para quien bajo ninguna circunstancia admite su participación en el crimen del que se le acusa y es vencido en juicio. Todas estas modalidades de sanción penal que contempla el acuerdo de paz que se firmará, tienen la virtud de sacar a la luz la verdad, básicamente de boca de los responsables de los delicados y graves crímenes cometidos y, claro está, con una carga de vergüenza imposible de eludir.
Sin duda, el tema de la justicia en el proceso de paz Gobierno-Farc es el más sensible y difícil, y dejará descontenta a una parte de la ciudadanía. Pero una mirada de más largo aliento muestra que tiene la posibilidad de cumplir con un doble propósito: terminar la infame guerra y permitir que la verdad, la vergüenza y la sanción se hagan presentes.
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