Ricardo Correa


Hace poco leí una entrevista que le hacían a la profesora Kathi Weeks de la Universidad de Duke en Estados Unidos, cuyo título de por sí es bastante interesante: “El trabajo no es la esencia de lo que significa ser humano”. Esta académica ha dedicado muy buena parte de su obra a estudiar el rol que juega la actividad laboral remunerada en la vida social y personal, llegando a facetas que van mucho más allá de la económica, y develando cómo para la gran mayoría de las personas se genera una relación de identidad entre su trabajo pagado y su misma existencia. Afirma la profesora que si bien es indispensable el trabajo como fuente de creación de los recursos necesarios para satisfacer necesidades materiales y requerimientos sociales, también es cierto que la actual estructura productiva y todo el sistema económico convierten el trabajo en “la principal obligación del ser humano y un inapelable requerimiento moral”. Llega a la conclusión de que se ha creado una nueva opresión social a través de la forma como funciona el trabajo remunerado e invita a que como sociedad e individuos busquemos nuevas formas de relacionarnos con nuestro trabajo, para romper con una dictadura que está, paradójicamente, empobreciendo la vida de todos.
También hace la reflexión la profesora Weeks sobre el contrasentido que significa que, si bien se ha desarrollado una maquinaria productiva de bienes y servicios abundante y sofisticada -es solo mirar el mundo del internet-, también seguimos arrastrando un vergonzoso desempleo y una inequidad tremenda en la distribución de la renta. Todo esto se aplica a nivel micro como macro. En lo pequeño podemos contrastar el muy abultado sueldo de muchos presidentes de compañía con el de los operarios y profesionales jóvenes. En lo macro vemos países de la abundancia y otros de la miseria y el hambre: una prueba evidente de esto es la tragedia de la inmigración que está viviendo Europa por cuenta de las catástrofes africanas y del Oriente Medio.
Si no reflexionamos y meditamos, con propósito de enmienda, sobre cómo está organizado el trabajo hoy en día, no cabe duda de que seguiremos viviendo en una sociedad esquizofrénica que cree estar logrando más bienestar y libertad, pero que en buena medida está siendo más esclava e infeliz. Más allá de estadísticas y números, todos podemos tener a la mano testimonios que nos confirman el sinsentido de estas contradicciones. El malestar está en todos lados: el obrero que opera la monótona línea de producción y que para llegar a la fábrica gasta dos horas desde su casa, o el ejecutivo del más alto nivel que vive en un apartamento de miles de millones, pero nunca está en su casa, pues es presa del remolino del éxito que termina por arruinar su vida. Hace poco tuve la oportunidad de conversar con el presidente de una empresa muy importante, quien acababa de posesionarse en su nuevo cargo luego de vivir mucho tiempo en Estados Unidos. Le pregunté si trasladarse a Bogotá le había representado cambios muy significativos, a lo cual respondió que prácticamente no, pues su vida siempre es en una oficina, una sala de reuniones, un avión y un hotel. Su respuesta no fue propiamente la más entusiasta. También conversando con un amigo médico, gran neurocirujano, me decía que luego de más de veinte años de trabajo sin pausa, quería hacer cambios que le permitieran explorar otras dimensiones más allá de su profesión, pues hasta ahora su vida había sido su trabajo. Ojalá lo logre.
Requerimos con urgencia crear nuevas maneras de vivir que incluyan muchas más facetas que la producción y el trabajo, porque solo estas nos están llevando por el camino de la infelicidad, y de alguna manera invitan a la ambición ciega, la injusticia, la corrupción y la violencia, como vemos a diario en tantos escándalos que ventilan los medios.
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