Ricardo Correa


Hace pocos días en un restaurante hubo algo que me llamó la atención cuando la mesera puso el individual de papel: una foto de unos pepinos no muy rozagantes y una leyenda: "no discriminamos los pepinos que no son tan bonitos. Simplemente los metemos a la licuadora... Luego decía que con estos pepinos no muy glamorosos hacían su muy demandado 'Ice Tea de Pepino'. En contraste, en el mismo individual estaba escrito que al año se pierden casi diez millones de toneladas de comida en Colombia, esto con base en información del Departamento Nacional de Planeación; aproximadamente el 30% de los alimentos que el país produce. No hacen falta comentarios para comprender el crimen que estamos cometiendo. Un gran experto como el italiano Carlo Petrini, creador del movimiento Slow Food, estima que la producción de comida en el mundo podría alimentar a doce mil millones de personas, es decir, cinco mil millones más que toda la población de la tierra, estimada en siete mil millones. Pero, hoy en día, mil millones de personas padecen hambre, no comen. Es decir, entre el 40 y 45 % de la producción alimentaria se pierde. Este es un crimen, sin duda, de lesa humanidad.
Lo que pasa con los alimentos es solo una parte del despropósito que representa la manera en que estamos produciendo hoy en día, herencia de los últimos dos siglos, desde la Revolución Industrial: algo así como extraer, producir, consumir y botar. Hoy se le llama economía lineal. En contraposición surge lo que se ha denominado 'economía circular', concepto impulsado por la británica Ellen MacArthur, quien curiosamente hizo conciencia del sinsentido de la producción actual a través de un viaje en velero alrededor del mundo, en el cual debía ser extremadamente racional en lo que requería usar y consumir. La economía circular invita a la utilización al máximo de todos los insumos, y como su nombre lo indica que entren una y otra vez a circuitos de producción.
En este momento vivimos en una abundancia tal, que esconde verdades dramáticas. Detrás de todos los excesos de consumo que se volvieron cotidianos, de una prosperidad que se va expandiendo y volviendo colectiva, está el desangre del planeta y todo lo que contiene. Por ejemplo, la expansión sin límite de los aparatos electrónicos y de computación conlleva a que al final de su vida útil, cada vez más corta, haya un desplazamiento tóxico de estos artículos a lugares "remotos" en África, contaminando de manera grave el agua y el aire, pues sus componentes son tremendamente corrosivos en la naturaleza.
El problema contemporáneo de la producción no contempla solamente las variables tradicionales de crecimiento, utilidades y empleo. Va mucho más allá, pues el éxito tecnológico ha traído, paradójicamente, tremendos daños y desafíos. El trabajo para salir adelante está en todas partes, de un extremo a otro. Por un lado, gobiernos responsables en todos estos temas, que no se enceguezcan con riquezas pasajeras y nos hagan sufrir la tragedia del Rey Midas, que todo lo que tocaba se convertía en oro, pero finalmente no podía comer oro. Por nuestra parte, como individuos, acrecentar nuestra conciencia frente al consumo que tenemos, empezando por la comida, que se vuelva obsesión que no se pierda ni un grano de arroz, porque en un grano de arroz está el universo entero. Por eso, como dice la campaña impulsada por el restaurante Wok: “me lo como todo”.
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Nota: estuvo sobresaliente la presentación de la Filarmónica Juvenil del Café en el Festival de Música Andina Colombiana 'Mono Núñez' en Ginebra - Valle. Bien vale la pena que el Departamento de Caldas siga apoyando esta iniciativa.
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