Andrés Hurtado


“Ahí perdonarán los lectores (como dice la coloquial frase) por haberlos metido en el cuento del avivato señor que se hizo pasar por “super humano” por jugar con arañas cuando eso ya lo llevaba haciendo desde mi niñez, exactamente desde mis siete años, y de ello hace, por tanto, varias décadas, y además lo he enseñado a hacer a muchas personas en muchas ciudades, en Manizales también y en Europa. Volvamos a nuestro viaje al Vichada. El estruendo que produce el Raudal de Maipures se oye desde lejos en las sabanas. El sabio Humboldt quedó impactado (super impactado como dicen hoy los gomelos y las lindas presentadoras de televisión) ante la magnificencia del raudal. Un poco más al sur, también a orillas del Orinoco y en un bosque se encuentra un sitio arqueológico. Viejos y enormes árboles de mango, todavía en pie, ocultan el lugar donde estuvo asentada una misión que cuando pasó Humboldt tenía ya pocos habitantes. En otros viajes he estado allí, escarbando y buscando entre la maleza se pueden ver restos de las edificaciones. Este sitio queda frente a la isla Ratón que es una de las más grandes del Orinoco.
Al regresar a Tambora pasamos por tercera vez en este viaje un temido raudal en el que se ahogaron hace unos años un funcionario de Parques y su hijo. El chorro es engañoso pues no se ve tan peligroso, pero lo es. Lo he pasado muchas veces y siempre con aquellas en la garganta. La noche nos trajo de nuevo el espectáculo del grandioso atardecer de los Llanos y al día siguiente, el colorido amanecer. El día de hoy volvimos a pasar el temido raudal de paso hacia la isla Guahibos o Carestía cuya roca íbamos a escalar. La isla se encuentra exactamente al frente de la desembocadura del Tuparro en el Orinoco y está hecha de granito negro de espléndida adherencia, lo que nos permitió escalarla sin mucho problema. La pared, de unos 100 metros, es casi vertical.
Cuando comenzamos a subir estaba todavía oscuro y las primeras luces del amanecer permitían la suficiente visibilidad. Al llegar arriba se desplegó ante nuestros ojos la magnificencia del paisaje: los dos ríos, los bosques, los arenales amarillos, las lejanas sabanas y sus afloramientos rocosos. Con nosotros se juntaron este día tres señoras paisas, emprendedoras y berracas, que viajaban solas, sin hijos y maridos. En varias de mis aventuras por selvas y montañas me he topado con señoras paisas, echadas “p’adelante”. Ya se sabe, el empuje paisa. Recorrimos la isla por su parte alta. Hacia el oriente el terreno va descendiendo hasta llegar a una planicie en la que se ven asentamientos de indígenas venezolanos. Del lado colombiano, o sea por donde subimos, la isla es totalmente escarpada.
Por tratados internacionales las islas que se encuentran en los ríos limítrofes, pertenecen a ambos países. Y no quiero ahora expresar la indignación, la “mala leche” que me invade cuando veo que Colombia tiene prácticamente abandonadas sus fronteras. Muchas de las islas las hemos perdido porque nuestros vecinos, los llamados “países hermanos” se han apoderado abusivamente de ellas. Tal ha ocurrido en este caso. Por suerte aquí arriba no nos hemos topado con venezolanos. Durante varias horas recorrimos la isla por arriba, mirando las orquídeas rojas que crecen sobre las rocas. Pertenecen al género “Epidendrum”. Cruzando un bosque llegamos a un mirador natural que se encuentra exactamente encima del Raudal de Maipures. Nuestras cámaras pudieron captar la totalidad del mismo y en medio de él, El Balancín. ¡Soberbio espectáculo! La octava maravilla del mundo, según el sabio Humboldt.
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