Andrés Hurtado


Hablábamos de una especie maravillosa de los Llanos, la Velosia o Vellozia. No entiendo por qué a la máxima condecoración que entrega el pueblo de La Macarena la llaman La Vellousia de Oro. Nos quedamos gratamente sorprendidos, mis compañeros y yo, cuando haciendo la Ruta Libertadora de los Llanos a Boyacá, al abandonar la planicie y entrar en la Cordillera Oriental vimos una ladera montañosa totalmente cubierta con Velosias. Nos gustaría que algún botánico nos explicara el asunto. Hemos recorrido dos veces a pie (no hay otra forma) el camino de Bolívar y sus valientes llaneros. Lo hemos hecho en ambos sentidos, subiendo del Llano a Boyacá y bajando de la Cordillera al Llano. Es una de las experiencias más exultantes que hemos vivido sudando los caminos de Colombia.
Pero, volvamos a nuestro entrañable Vichada.
Nos acercamos al Cerro Humeante por su vertiente oriental. Desde el carreteable horas antes lo veníamos viendo por su cara norte. La montaña es hermosa, primero porque se levanta aislada y segundo por los contrafuertes de roca como espaldares poderosos que tiene en la cima y por los bosques que suben hasta la cumbre. Nuestros ojos la miraron ansiosos y la asignatura quedó pendiente: escalarla por alguno de sus flancos. Será en otra ocasión si la vida nos lo permite. Ahora no teníamos tiempo, debíamos llegar antes de que anocheciera a Tambora.
El embrujo de los morichales, las sabanas y los bosques continuó por unas horas más hasta llegar a la primera instalación que tuvo el inolvidable padre Nicoló en estas soledades.
Enorme, soberbio colegio-internado. Repito, gigantesco, y ahora totalmente abandonado, no porque hubiera muerto hace poco el caritativo sacerdote sino porque años atrás el gobierno de Bogotá le quitó el patrocinio. La labor del clérigo italiano enamorado de Colombia es inmensa. Y digo es, porque entiendo que sus colaboradores tratan de continuarla. Nicoló recogía a los gamines, niños y muchachos habitantes de la calle y los reeducaba en estas tres instalaciones del Orinoco y en otras que tiene en Colombia. ¿Y qué pasó con las del Orinoco? Que un alcalde de Bogotá, en mala, en pésima hora, le quitó el patrocinio. He oído muchas versiones. Unas dicen que al tal alcalde no le quedaba fácil robar en las obras del padre Nicoló. Y por esta alcaldada típica de Colombia, alcaldada miserable y repugnante (¿hay más calificativos?) se perdió una labor urgente, necesaria y vital para miles de vidas y para Bogotá. El hecho es que sentimos tristeza al ver semejantes pabellones de cuatro pisos, situados en un medio natural maravilloso, destinados a perderse e irse desmoronando con el tiempo. La comida para los centenares de muchachos era llevada mensualmente en camiones desde Bogotá. Y eran varias toneladas. Además de los inmensos pabellones hay un hangar enorme abierto por dos lados.
Seguimos nuestro camino; más adelante, no muy lejos, se encuentra el otro internado. Para verlo debíamos desviarnos del carreteable y no lo hicimos por la premura que teníamos de llegar a Tambora antes de que anocheciera.
Desde lejos vimos la instalación. Se llama Tambora y era la sede central de la labor de Nicoló en esta región. Este internado es todavía más grande que los dos anteriores. En una ocasión, hace años, remontando el Orinoco desde el sitio llamado Garcitas, yo había entrado a la instalación donde los que la cuidan nos invitaron a almorzar. Y varias veces navegando el Orinoco había visto desde el río las construcciones y sobre todo la estatua de Bolívar que las preside y que se encuentra a la orilla del gran río y es visible desde varios kilómetros de distancia.
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