Andrés Hurtado


La mayoría de los indígenas que existen todavía en el Vichada se han instalado en los caseríos y municipios. Algunos viven seminómadas en las sabanas. Y cuando se desplazan tienen la costumbre (horrible costumbre) de ir incendiando los pastizales para evitar las serpientes. Por esta costumbre y por otras que he visto “con mis propios ojos” no con los de otros, siempre me he preguntado por el tan cacareado ecologismo que se atribuye a nuestros primitivos. (Pero no es el caso hablar de ello ahora). Así como recordé la fantasiosa y deliciosa historia de la preparación del curare según Gumilla, ahora y también de los relatos del mismo misionero y citando de memoria, quiero transcribir la forma como elegían jefes algunas tribus del Orinoco. Se me ocurre decir que estos relatos pueden herir la sensibilidad de algunos lectores. Se me ocurre decirlo, por si
acaso.
La primera prueba consistía en que todos los hombres mayores de la tribu azotaban por turno al candidato. Si este se quejaba, no servía para ser jefe; si aguantaba estoicamente y sobre todo si quedaba vivo (porque muchos morían en este primer intento) los demás lo festejaban dichosos ingiriendo chicha y bailando mientras al pobre azotado se le practicaban las curaciones. Pasado un tiempo, cuando el candidato ya estaba repuesto de sus heridas se presentaba a la segunda prueba, más dura y dolorosa que la anterior. La segunda consistía en acostar desnudo al candidato en un lecho o nido de hormigas, de esas hormigas que cuando se las trata de arrancar del cuerpo, se parten en dos y dejan la cabeza y las tenazas hundidas en la carne de la víctima. Si el candidato se quejaba por el dolor producido por el veneno o porque la hormiga lo mordía allí… por ejemplo (¿me hice entender?) o en otra parte muy sensible del cuerpo, entonces no servía
para jefe.
Si pasaba la prueba y si quedaba vivo había de nuevo fiesta en el pueblo. Tiempo después, repuesta “la víctima” se presentaba a la tercera prueba. ¿Podía haber una más dura todavía? Sí señor.
Colocaban acostado al presunto jefe en una cama hecha de grandes hojas, por ejemplo de platanillo. Se trataba de “asarlo” a fuego lento. Por medio de unas cuerdas subían y bajaban “el envuelto” para que las llamas no lo quemaran “directamente”. De nuevo, fiesta o entierro, según el resultado de la prueba.
Debo censurarme para no hacer comentarios sobre la forma como nosotros elegimos a nuestros gobernantes, presidentes, muy honorables y honestos y decentes y respetables y admirables y ejemplares padres de la patria, alcaldes y gobernadores. Ni uno solo de ellos, creo yo, hubiera resistido ni siquiera unas buenas caricias con varias matas de rosa o con pringamosas y
ortigas.
Esta es otra de las causas por las cuales se fueron extinguiendo las tribus de las sabanas de los Llanos Orientales, además de las enfermedades que trajeron los blancos y además de las guajibiadas, tal como se ha dicho.
La planta más curiosa que encontramos en nuestro acercamiento al Cerro Humeante fue la “Vellozia” o simplemente “Velosia”. Se trata de una planta arbustiva que alcanza entre 1,5 y 2 metros de altura. Su flor es blanca, muy parecida a la azucena y crece en suelos rocosos en los Llanos Orientales. Resiste bastante el fuego y algunos la llaman los frailejones de los Llanos. La especie más conocida es la que abunda en el área de Caño Cristales en el Meta y que recibe el nombre científico de “Vellozia macareniensis”.
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