César Montoya


A veces se acuñan frases que impactan. Por ejemplo: “una encrucijada en el alma”. Si ahondamos en su contenido, encontramos múltiples respuestas. Puede ser un dolor moral, una introversión angustiosa, una congoja que escarba. Posiblemente delataría el ensimismamiento de un filósofo que indaga su conciencia, o la búsqueda afanosa de una explicación a interrogantes conflictivos. Tal vez el desequilibrio que produce una contrita anarquía interior. Esas palabras significarían, de pronto, un tardío lamento, el susto ante una borrascosa contabilidad de desastres.
Imaginémonos que Alberto Lleras o Mariano Ospina Pérez estuvieran vivos para hacer balance de sus vidas. El primero abortó un golpe de Estado en Pasto contra Alfonso López. Tuvo la grandeza de darle al país, con Laureano Gómez, la paz política. Fue después un ejecutivo ejemplar. Ospina fue un egregio presidente. Héroe en el 9 de abril. Creador de beneméritas instituciones de carácter social. Dechado de pulcritud. ¿Algún colaborador importante de estos eupátridas, terminó encadenado en los panópticos? ¡Ninguno! La misma pregunta es válida para Carlos Lleras, López Michelsen, Pastrana, Betancur o Gaviria.
En su intimidad, ¿qué pensará el autócrata de los resultados melancólicos de su gobierno? El ministro Arias, su preferido, condenado y prófugo, encarcelado en los EE.UU. Otros dos ministros, Palacios y Pretelt, enclaustrados en mazmorras, por conductas dolosas en el ejercicio de sus cargos. Sus dos edecanes, los generales Santoyo y Buitrago, el primero confeso de clandestinos negociados con la droga, engrillado por la justicia norteamericana y el segundo, acorralado por los investigadores de Colombia. Restrepo, el Alto Comisionado para la Paz, escondido fuera del país, huyéndole a los fiscales. Los dos encopetados secretarios del despacho presidencial, Velásquez y Moreno, purgando sus desafueros. Quien manejaba la inversión social en su cuatrenio, Luis Alfonso Hoyos, responsable de un delito de falsedad cuando era senador, sancionado por el Consejo de Estado. Nunca más podrá ser parlamentario. ¿Qué santo lo salvó de un carcelazo por haber violado el Código Penal? Después aparece como “asesor espiritual” (?) de una candidatura presidencial. Nuevamente viola la ley y está de clandestino en los EE.UU. La Directora Nacional del DAS María del Pilar Hurtado, sentenciada a pasar una larga temporada en sitio de reclusión. El subdirector del DAS, José Miguel Narváez, ficha del Ubérimo, con el Inri penal de haber sido determinador de la muerte de Jaime Garzón. El anterior director del mismo organismo, Jorge Noguera, sentenciado por concierto para delinquir, y como autor intelectual en un asesinato. El embajador Arana, consentido del autócrata, cancela una deuda con la justicia por haber mandado matar un alcalde. Santiago, hermano del mandamás, preso, sindicado de organizar una cuadrilla criminal. Mario Uribe, su primo, ya pagó cárcel por sus trapisondas. Su cuñada Cifuentes y su sobrina Uribe Cifuentes, convictas en los tribunales gringos por narcotráfico. Su amigo Jorge Pretelt señalado por él para ocupar una magistratura en la Corte Constitucional, transformado en repugnante malandrín, mercader de sentencias. Edmundo del Castillo, secretario jurídico del palacio presidencial, por mandato del autócrata, se entrevistó, -ocultándolos- con emisarios de Don Berna, bandido que en ese momento manejaba la criminalidad de Antioquia.
¿Qué otro mandatario presenta un resultado tan asustador? Desde Bolívar hasta hoy, nadie gobernó con tan malas compañías. Tiene razón el autócrata de sentir escalofríos por esa “encrucijada en el alma”. ¡Valiente capataz, de esponjosa moral, tienen los enemigos de la paz!
Bien distinta ¿verdad? la estela cristalina dejada por Carlos Lleras, Guillermo León Valencia, Andrés Pastrana, César Gaviria. Pregunto: ¿qué funcionario del vilipendiado Santos, ha sido señalado como antisocial? ¿Quién está preso? ¡Digan su nombre!
Para limpiarle el rostro a todos los que violaron la ley bajo su mandato, el autócrata se inventó la muletilla de ser su gobierno víctima de una justicia política. Lo mismo están diciendo Lula da Silva y la Kirchner. Ocurre que los jueces, a todos los niveles, no pertenecen, en el ejercicio de sus cargos, a ningún partido. Prevarica quien porte una toga azul o roja y ese manto le sirva para sustentar la dirección de sus sentencias. Por fortuna, en Brasil y Argentina, como en Colombia, las magistraturas judiciales son independientes y soberanas. La orden de un juez municipal, puede poner en aprietos al presidente de la República. Ese es el poder inerme de la justicia.
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