César Montoya


Juan Botero Trujillo fue un abogado civilista de Neira (Caldas). Político, alzatista furibundo y representante a la Cámara. Tenía voz portentosa. Sacudía los ventanales de vidrio cuando tronaba en una plaza pública. Era detonante el chorro estruendoso que salía de su boca. Se reía de sí mismo. Expresaba que el Espíritu Santo lo trataba con desventaja y soltaba risotadas cuando, con deleite juvenil, contaba anécdotas jacarandosas sobre sus desatinos enciclopédicos. Pesado y gris en las audiencias públicas que atendía de oficio, sus defendidos le imploraban que no hablara más por que “los iba acabar de joder”. De léxico barullero en los balcones, explosivo, alegre y profuso en chascarrillos cuando compartía festejos en la intimidad.
De su deambular queda una anécdota graciosa. Acompañado por Samuel Ocampo Trujillo y Elí Galarza Jiménez, presidió una manifestación.
Intervino Ocampo. Por media hora se le enredó en la lengua la palabra azul, azulenco, azulíneo, azulado, azulino, el cielo azul, azul el océano, azul las venas, el manto de María de color azul, azul el corazón del conservatismo. Hacía combinaciones. Azul azulíneo, azulenco desteñido, mar azulado, azul celeste, alma azul, mente azul, azul intenso, inteligencia azul... El público quedó viendo chisperos...
Elí Galarza era hijo de Eudoro Galarza Ossa, periodista, a quien diera muerte el teniente Cortés. Éste fue defendido por Gaitán. Su discurso duró diez segundos. “Yo soy Elí... Elí... Elí... el hijo de Eudoro”. Y se desmayó.
Cierra tribuna Juan Botero Trujillo. A las carcajadas relataba él mismo su ingenioso descubrimiento intelectual. “Señores... esta es una época terrible, es la era del anticristo, suenan trompetas, los ángeles están tristes, salen los diablos, mirad esos cerdos cómo chillan, cómo alargan el hocico, huelen a azufre, si nos descuidamos nos devoran, llegan rabiosos del infierno... señores, no hay vírgenes... se acabó la inocencia en el baúl de las señoritas... Dios está verraco. Estamos viviendo el combate a muerte de la historia contra la sociología... Mirad a Bolívar, el Libertador, que es historia, y al tinterillo Santander que es sociología... Cristo es historia, el diablo es sociología,... Estados Unidos es historia y cordón umbilical con Dios, Rusia está putrefacta, es la sociología del demonio”.
En treinta minutos Botero amplió sus tesis novedosas. Citó a Vargas Vila y Barba Jacob, elogió el poema Robin Nelson de Arias Trujillo y concluyó afirmando que Francisco Jaramillo Montoya, dueño de Portobello, allá en el valle de Sopinga, era historia y el río Risaralda arenosa sociología porque soportaba el duende de la Canchelo, que era una potranca bípeda enjalmada de melindres.
Romeo en la tragedia de Shakespeare, mata a Teobaldo. Fray Lorenzo le dice al homicida que en la filosofía “alivio encontrarás”. Contesta Romeo: “Que ahorquen a esa filosofía”.
Botero Trujillo utilizó su providencial inspiración para ahondar en la necesidad de extirpar el liberalismo de Colombia porque era peligrosa maleza y dañina sociología. El conservatismo -dijo- es historia sin el estiércol de la sociología, historia sí desde los braceros del lejano Urabá hasta los pastusos que limitan entre labrantíos de papa y trigales amarillos con Ecuador. El liberalismo -repitió- es igual al podrido comunismo que es sociología. Concluyó con esta sabionda reflexión: señores, la historia le dio muerte a la sociología. Finalmente vociferó: ¡Abajo la sociología!
El tribuno quedó sudoroso, descoyuntado y exhausto luego de exponer su neófita doctrina. Los campesinos, aturdidos, sin entenderlo, ponderaron la abismal sabiduría del orador.
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