César Montoya


Primero las manos, después la palabra. Mirad a esos que allá conversan. Abren los brazos, los alargan, los recogen, los bajan, los suben, los extienden hacia la lejanía del horizonte, los regresan y quedan en suspenso cuando el diálogo termina. El rostro complementa el mapamundi de los gestos. Se ahondan o dilatan las líneas de la frente, se encapotan y ondean las cejas, se inquietan las bisagras de las pestañas y todo se concentra en los ojos, bastión hechicero del lenguaje.
Parece que los ojos fueran oradores. Limpios y plácidos en las bonanzas, recogidos y profundos en las introversiones, fieros en la temperatura ardiente de las disputas, con repliegues melindrosos en las intimidades, descansados y perezosos después de las fornicaciones.
Menudean los brazos y las manos en las referencias literarias.
El médico griego Claudio Galeno experto en anatomías, ensalza la mano al explicar que con ella el hombre “escribe sus leyes, erige a los dioses altares y estatuas, construye naves, flautas, liras, cinceles y todo los instrumentos de las artes, deja a la posteridad sus comentarios escritos a las especulaciones de los antiguos; y así, gracias a las letras y a las manos es hoy posible conversar con Platón, Aristóteles y otros antiguos”.
Musita la uruguaya Delmira Agustini: “Y las manos, las manos colmadas de destinos/ secretos y alhajas de anillos de misterio.../ Hay manos que nacieron con guantes de caricia/ manos que están colmadas de la flor del deseo,/ manos en que se siente un puñal nunca visto,/ manos en que se ve un intangible cetro;/ pálidas o morenas, voluptuosas o fuertes;/ en todas, todas ellas, puede engarzar un sueño”.
Neruda exclama: “Siempre he querido que en la poesía se vean las manos del hombre. Siempre he deseado una poesía con huellas digitales.”.
Whitman le expresa a la mujer: “Mi mano izquierda ciñe tu cintura/ mi derecha señala paisajes de continentes y un camino claro y público”. Óscar Hernández, le susurra a la amada: “... en este libro muerdo/ con mi mano derecha/ el día en que la vida/ estableció tus ojos y mi guerra”. Y Eduardo Carranza escribe: “Ahora miro largamente, absorto/ esta mano que anduvo por tu rostro,/ que soñó junto a ti./ Esta mano lejana, de otro mundo/ que conoció una rosa y otra rosa/ y el tibio, el lento nácar.... Y tu mano, Dios mío, donde he tocado el alma./ Tu mano con una orquídea entre los dedos”.
Gabriela Mistral abre su corazón nupcial: “¿Qué es esto? ¡Prodigio! Mis manos florecen./ Rosas, rosas, rosas, a mis dedos crecen./ Mi amante besome las manos, y en ellas,/ ¡oh gracia! brotaron rosas como estrellas/”. Es radical Jotamario Arbeláez: “La mano derecha de la amistad es fuerte como la trompa de un elefante/ y se usa para bendecir a las gentes que oran/ se usa para llevarse el pan a la boca/ se usa también a veces para quitarse el sombrero de la vida con un arma de fuego/. La mano izquierda es una mano de pocos amigos/ la mano izquierda es una mano llena de ostentación”. Hermoso es este soneto de José Umaña Bernal: “¡Oh! Tu mano enguantada, larga, fina y sedosa,/ que girando en la sombra, con vuelo indolente,/ acaricia los rizos que te velan la frente,/ o desciñe el abrigo de la piel silenciosa./ Blanca mano extenuada, que abstraída se posa/ sobre el leve abanico de marfil confidente,/ o atediada, en un gesto de abandono doliente,/ se refugia en las mías con opresión amorosa/. Mano, trémula y breve, que a mis labios entregas/ cuando, en horas felices, enigmática llegas/ a la estancia, discreta de penumbra y de calma;/ y que al verla temblando, voluptuosa y amante,/ mientras libro su gracia cortesana del guante/me parece que fuera desnudando tu alma.”
Este glosario finaliza con Saramago: “las manos son los ojos de los ciegos”.
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