María Leonor Velásquez Arango


Dos noticias de la semana pasada que muestran dos caras de la moneda y también dos caminos opuestos para enfrentar la tragedia; me refiero a la matanza de los 11 militares por parte de las Farc en el Cauca y a la valiente presentación en público de Natalia Ponce de León, víctima hace un año de un violento ataque con ácido, que le desfiguró parte de su cuerpo y su cara.
Quiero tomar el ejemplo de estas dos situaciones porque, no obstante estar en planos diferentes, las dos están asociadas a actos de violencia absurdos que destruyen vidas humanas y despiertan sentimientos de indignación, tristeza y tal vez miedo. La muerte de los 11 militares es un acto de violencia intolerable, como también la muerte de tantos campesinos y víctimas inocentes de la guerra en nuestro país; sin embargo, me parece igualmente grave la reacción de algunos grupos en contra, no del hecho como tal y la pérdida de vidas, sino del gobierno.
Aclaro que tengo reservas tanto sobre el partido de Gobierno como de la oposición, creo que se han cometido errores por parte de los unos y los otros; pero, tal vez lo peor que nos pasa, es la incapacidad para salir de estas posturas extremas en las que mientras los grupos armados atacan a militares o a la población civil, los ciudadanos se agreden por cuenta de si el Gobierno está haciendo lo correcto en materia de paz. No sé cuál sería el propósito de esta matanza, pero sospecho que para la guerrilla el mayor triunfo no es quitarle la vida a 11 militares, sino sumir el país en el peor de los mundos, donde ellos dejan de ser el enemigo, mientras nosotros nos ‘matamos’.
Parecería que se está negociando la paz en el sitio y con los personajes equivocados. Primero tendríamos que ser capaces de conversar entre nosotros, ponernos de acuerdo sobre unos mínimos de convivencia como sociedad que nos permitan unirnos alrededor de un propósito común donde la paz o mejor dicho la no violencia, sea parte de las reglas de juego. Puede que lograr la paz se vuelva cada vez más difícil, no porque la estrategia no sea la correcta, sino porque no estemos listos y olvidamos lo que quiere decir vivir en armonía, reconocer y valorar al otro, aceptarlo con sus diferencias, sentarnos a conversar antes de ‘darnos puños, bala, machete o tirarle ácido en la cara a las mujeres’.
Al final del día todo es parte de lo mismo, de nuestra incapacidad para aceptar al otro que es diferente, para reconocer que también nosotros nos equivocamos y que la mejor solución no es la mía y tampoco la del otro, que la mejor solución es la que somos capaces de construir juntos.
Es por eso que, en medio de estas noticias de guerra, me llamó la atención la rueda de prensa con Natalia Ponce cuando dice que no siente odio y que ha estado en un proceso de recuperación física, mental y espiritual y, aunque no es fácil para ella, decidió salir a dar testimonio. Su actitud no es la del que quiere buscar venganza, sino la del que quiere salir adelante y contribuir para apoyar a otras mujeres que han corrido la misma suerte que ella y no han tenido apoyo. Esto es un llamado de atención importante para quienes piensan que la paz se consigue parándose en el otro extremo del agresor buscando argumentos o armas más potentes para acabar con él.
Deponer las armas no es únicamente que la guerrilla entregue sus fusiles y esté dispuesta a integrarse a la vida del país, deponer las armas empieza porque cada uno de nosotros suelte el odio y las ganas de sacarle en cara al otro lo que ha hecho mal. Perdonar, como lo han demostrado grandes hombres en la historia de la humanidad como Jesucristo, Gandhi y Mandela, entre otros, es un acto de grandeza que empieza por estar en paz consigo mismo, para luego transmitirlo y convocar a otros.
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