María Leonor Velásquez Arango


Respeto y tolerancia, dos palabras muy utilizadas en nuestra lengua española que han ido perdiendo significado y tal vez por eso, cada vez estamos más lejos de una convivencia pacífica. El respeto viene del latín ‘respectus’ y significa ‘atención’ o ‘consideración’, un valor que nos permite reconocer, aceptar, apreciar y valorar las cualidades y derechos del otro. La tolerancia también se deriva del latín, ‘tolerare’ que quiere decir soportar y se refiere al nivel de aceptación que tenemos frente a lo que es opuesto o distinto a nuestra opinión y creencias; no supone que debemos aceptar a quienes arrasan los derechos de otros, la tolerancia implica respeto y también entendimiento. Hasta aquí solo estamos hablando de definiciones y orígenes de palabras; sin embargo, el tema se complica cuando tratamos de incorporarlos y ser coherentes con ellos en nuestra vida diaria.
Algunos ejemplos recientes reflejan la ausencia de respeto y tolerancia en nuestra sociedad; al parecer hemos pasado de la defensa racional de aquellas cosas en las que creemos para entrar en un espacio donde se pierde toda posibilidad de aceptación, aprecio y valoración del otro o lo otro como legítimo. Si vamos a hablar de respeto creo que es necesario ser impecables con el lenguaje, así que me gustaría revisar el significado de la palabra fanatismo; esto es defender con tenacidad desmedida creencias y opiniones que en ocasiones llevan a comportarse en forma violenta e irracional. El fanático se caracteriza por la necesidad de imponer su opinión, despreciar a los que son diferentes, basarse en ideas que son incuestionables, tener una visión cuadriculada de las cosas y por la ausencia de sentido crítico. Uno de los ejemplos más ilustrativos es el de la campaña presidencial, donde no solo los partidos, sino la mayoría de los colombianos perdieron los límites del respeto y la tolerancia para entrar en una guerra sucia de ataques tanto a las ideas como a la dignidad del otro; lo cual resulta absolutamente absurdo cuando la bandera que se estaba esgrimiendo, de los dos lados, era la búsqueda de la paz. Un poco más constructivo y amable pero en algunos casos, también irracional, es el apasionamiento de los hinchas del fútbol con motivo de la participación de Colombia en el Mundial; debemos sentir orgullo por estar participando después de 16 años, pero es absurdo que por cuenta de la pasión deportiva, en Bogotá, según publicó El Espectador, se hayan presentado 3.000 riñas callejeras, 15 heridos y 9 muertos como consecuencia del consumo de alcohol, así como aumento en los accidentes de tránsito.
Qué bueno que en esta coyuntura el fútbol sirviera para crear lazos de perdón, respeto y tolerancia entre opuestos, como fue el caso del famoso juego de Rugby de los ‘Springboks’ que utilizó Nelson Mandela para unir al pueblo surafricano en el año 1995.
A comienzos de la semana pasada, cuando vi por primera vez el afiche del festival de teatro con la Virgen de Guadalupe con antifaz y colorete sentí que se estaba irrespetando una imagen sagrada para los católicos; después de mirar el tema desde diferentes ángulos y de conversaciones con distintas personas, me reafirmo en que, tanto el artista como quienes aprobaron esta imagen, no tuvieron en cuenta el significado que la Santísima Virgen tiene para los católicos, pues si lo hubieran hecho, en aras del respeto y la tolerancia, hubieran entendido que la Virgen no necesita que la utilicen como símbolo de teatro y menos con un antifaz; ella es lo que es y representa lo que representa. Y no por que se esté ‘tocando’ la religión católica, creo que, como lo decía en una entrevista que me hicieron en este diario la semana pasada, si hubieran distorsionado la imagen de Buda o de cualquier ícono de otra religión, pensaría que es un irrespeto a las creencias de una comunidad.
Alguien decía que los católicos somos intolerantes porque pensamos que están irrespetando la religión con el afiche, creo que esta defensa que se está haciendo de un ícono religioso no tiene nada de irracional, al contrario es una invitación a mantener los límites racionales dentro de ámbitos totalmente diferentes.
Si queremos avanzar hacia una convivencia pacífica y construir una sociedad más incluyente deberíamos empezar por reconocernos y reconocer al otro, aceptando que para avanzar juntos vamos a necesitar hacer énfasis en lo que nos une y no en lo que nos separa, pero sobre todo entendiendo que, cuando por ignorancia o intencionalmente, se sobrepasan los límites de lo que el otro considera ‘sagrado’, me estoy metiendo en problemas, igual que si es al contrario y el otro entra en mi territorio privado.
No puedo pedir al otro que haga algo que yo no estoy dispuesto a hacer, necesitamos bajar las armas de verdad y estar abiertos a reconocer que el respeto y la tolerancia empiezan por mí. Hace poco un amigo me dijo ‘el día después de las elecciones usted y yo tenemos que levantarnos a trabajar sin importar quién haya ganado’; el lunes amanecimos con un presidente reelegido y claro que mi amigo tenía razón, aunque por los extremos a los que se llegó en esta campaña debe haber unos muy felices y otros muy aburridos. El Gobierno pone una cuota muy importante en generar las condiciones para que el país pueda transformarse, y sobre todo para que siga avanzando en un manejo mucho más constructivo de las relaciones entre quienes por años han estado en sitios opuestos de la democracia, pero también es verdad que en cada uno de nosotros está la posibilidad de hacer la diferencia y poner un granito de arena para construir una sociedad más pacífica, respetuosa, tolerante y amorosa.
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