María Leonor Velásquez Arango


Dos columnas del domingo en este diario llamaron mi atención, ‘Cincuenta años después’ de Jorge Alberto Gutiérrez y ‘Tiempo para recuperar la vida’ de Luis Felipe Gómez. El primero hacía referencia a la necesidad de un ejercicio político responsable que nos ayude a salir de la polarización extrema y superar los niveles de intolerancia a los que hemos llegado; el segundo hablaba de la cuaresma como un tiempo para buscar soluciones e impulsar procesos donde la vida pueda germinar. Dos miradas diferentes que convergen en la necesidad de revisar qué estamos haciendo y qué podríamos hacer diferente para encontrar nuevas formas de relacionarnos, vivir en comunidad y construir un mundo mejor.
Cuando pienso en un mundo mejor me aparece la palabra paz y sin embargo también tengo una inquietud ¿De qué estamos hablando cuando decimos paz? Tal vez es un estado en el que todos o al menos la mayoría quisiéramos vivir, es la razón por la que probablemente el presidente Santos ganó la contienda en las últimas elecciones y nadie podría decir, que la oposición no estaba igualmente interesada en la paz, seguramente que sí. Solo que los dos pensaban o piensan que el camino es diferente y ahí, como dirían las abuelitas ‘se enredó la cosa mijita’; porque en vez de revisar la intención y ponernos de acuerdo en lo esencial, cada uno se radicaliza cada vez más en sus planteamientos y aparecen defensores de uno y otro lado, con argumentos cada vez más fuertes. Al final, en cambio de desarmarnos entre nosotros, para unirnos y enfrentar el verdadero problema, terminamos creando una crisis mayor.
Es tan complejo el asunto que yo tengo amigos que no pueden hablar de política con su pareja, porque los dos están en extremos diferentes y para evitar el conflicto el tema se cancela. Bueno, el silencio también es una buena opción y aunque me parece muy valioso el papel que juegan los medios de comunicación, que se atreven a decir la verdad, también hay momentos en que los escándalos se convierten en otra forma de violencia que crea más caos y no ayuda a encontrar soluciones. Combatir la corrupción con el escándalo, la guerra con las armas y la rabia con la agresión, no parecen formas muy inteligentes de avanzar, en una sociedad en la cual la bandera declarada es la de la Paz.
Me gustaría invitarlo a un pequeño ejercicio de reflexión sobre el significado que para usted tiene la paz, en su vida, en su familia, en su trabajo, en su colegio o universidad, con sus amigos y sobre todo con sus enemigos. Como decía Jesús, amar a los amigos es fácil, eso lo hace cualquiera, lo hacemos todos, el punto es dar un paso más y amar a nuestros enemigos. Es una tarea difícil, porque para no reaccionar ante un supuesto ‘ataque’ de otro, primero necesito estar tranquilo; cuando estoy en paz conmigo los ataques de otros me resbalan, pero cuando estoy intranquilo, cualquier cosa se convierte en una ofensa personal ante la cual reacciono. Un buen ejemplo es cuando tenemos una herida, tropezamos con una mesa, nos lastimamos y le echamos la culpa a la mesa, aunque ésta no tiene nada que ver con que me duela, el problema es que yo tengo una herida.
Se habla de hacer campañas pedagógicas y educar para la paz, de hecho la semana pasada hubo un controvertido y desafortunado episodio donde aparentemente las Farc estuvieron haciendo pedagogía en la Guajira, aquí también cabe la pregunta ¿Cuáles son los espacios vacíos que ha dejado el Gobierno en este proceso de paz? Y también creo que el tema es mucho más profundo, necesitamos avanzar en un proceso de transformación para fortalecer valores y comportamientos que nos permitan crear una convivencia pacífica. La paz empieza por mí, por mi autoestima, por mi valoración, por la forma como me relaciono conmigo y con otros, por mis espacios de relaciones cotidianas ¿Qué puedo hacer yo para que el mundo, mi pedacito de mundo, sea un mejor sitio para vivir?
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