María Leonor Velásquez Arango


No sé usted pero yo estoy un poco cansada de la tensión que nos dejaron las elecciones y también de esa pasión violenta que parece despertar el deporte en nuestro país. Para cambiar de tema y tomar un respiro de tanta competencia y ‘avatares de la suerte’ me gustaría invitarlo a un paseo más amable por dos de los municipios del norte de Caldas que forman parte de la Red de 16 pueblos
patrimoniales del país, Salamina y Aguadas. Este viaje hace parte del proceso de construcción de un modelo de turismo en red para el departamento donde, como mencioné en la columna ‘A Puebliar’, se está buscando fortalecer la oferta turística a partir de la articulación de los diferentes actores e iniciativas que hacen parte del turismo de la región. Nuestro recorrido empieza en Pueblo
Rico, donde llegamos a las 7 de la mañana con ganas de desayunar o al menos tomarnos un café; si bien el sitio tiene una hermosa vista, realmente no encontramos mucho más que unas cuantas casas, algunas abandonadas y en mal estado, unas pocas restauradas y ni un solo restaurante o cafetería, así que desayunamos en un restaurante entre Pueblo Rico y Neira, luego pasamos por Aranzazu donde dimos una vuelta a la plaza y seguimos hacia nuestro primer destino, por una carretera pavimentada con algunos tramos destapados y un entorno de montañas y yarumos blancos que con el sol de la mañana dan un maravilloso brillo plateado al paisaje.
Salamina es, sin duda, una experiencia deliciosa. Empezando por la plaza de Bolívar con su majestuosa fuente en bronce, trasladada desde Alemania e inaugurada en el año 1900, la imponente fachada blanca de la Basílica de la Inmaculada y las tallas de cedro negro del maestro Eliseo Tangarife en el interior, la casa del degüello, la casa de la cultura ‘Rodrigo Jiménez Mejía’, el cementerio San Esteban y el recorrido por las calles, dejándose llevar por cada fachada y cada puerta entreabierta con sus patios centrales y fuentes; un escenario que habría que conectar con la actividad cultural de Manizales y del departamento. Aunque la experiencia gastronómica no fue tan positiva como la arquitectónica, hay unos hostales y hoteles boutique, como la Casa de Lola Gómez y la Casa Carola, que se han remodelado conservando la arquitectura original, tienen un excelente servicio y hacen que la estadía sea tan confortable que antes de irse ya se quiere regresar. Igualmente genial fue la visita al parque de la Samaria en el corregimiento de San Félix; si bien la carretera destapada está en regular estado y el viaje que debía durar unos 20 minutos se convierte en 1 hora y media, llegamos a un sitio de montañas redondas donde la palma de cera parece encontrar su mejor espacio para desplegar su majestuosidad; es una lástima que en esta zona, seguramente por razones económicas, la palma se esté reemplazando por cultivos de papa.
Al día siguiente continuamos, pasando primero por Pácora, donde dimos una vuelta por la plaza y nos llevaron a la Casa de la Cultura, que curiosamente está llena de huecos en las paredes, la persona encargada tuvo la amabilidad de contarnos que tenían una invasión de roedores por un almacén de concentrados que tienen al lado; así que, no puedo contar mucho porque debo confesar que salí corriendo del lugar. De aquí seguimos a Aguadas, un pueblo pintoresco y cálido con una plaza bonita y algunas fachadas remodeladas; sin embargo, la arquitectura tiene una mezcla no tan afortunada de cafés y pequeños negocios; en la cima de una colina está el pueblito viejo, una calle corta con fachadas coloniales con una linda vista en la que nos hizo falta poder tomarnos un ‘Café Rainforest Alliance Certified’. Lo mejor de este municipio desde el punto de vista cultural sin duda está en la tradición artesanal alrededor del ‘sombrero aguadeño’ y el festival del pasillo que se celebra en el mes de agosto. Nos llamó la atención el origen del nombre, alusivo a los nacimientos de agua, cuando los indígenas decían ‘Agua das a tu pueblo’; y, tanto en Salamina como en Aguadas, la calidez y calidad de su gente. Y por otra parte, extrañamos en los dos municipios, eminentemente cafeteros que hacen parte del Paisaje Cultural Cafetero, un sitio especial para degustar los exquisitos cafés reconocidos mundialmente.
Convertir a Caldas en una experiencia turística memorable basada en la biodiversidad y riqueza paisajística, cultural y cafetera, como es la Visión 2024 que se está construyendo, requiere que reconozcamos y valoremos lo que tenemos en nuestros municipios, que focalicemos y articulemos los esfuerzos hacia un propósito común donde no pretendamos hacerlo todo al tiempo y más bien vamos avanzando hacia una meta cada vez más ambiciosa, pero los primeros que tenemos que creernos ‘el cuento’ somos nosotros. Estamos en una región muy rica con un patrimonio excepcional y necesitamos infraestructura y equipamiento para el turismo y por supuesto un servicio con estándares de calidad para los visitantes que quieren tener una experiencia inolvidable.
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