María Carolina Giraldo


Hace unas semanas concluyó la última convención sobre el cambio climático, en ella se reunieron los líderes mundiales con el fin de establecer compromisos, estrategias y alianzas para disminuir el calentamiento global. Los expertos resaltaron la importancia de los acuerdos alcanzados, pero fueron enfáticos en que los esfuerzos siguen siendo menores con relación a los retos ambientales que exige el planeta.
La convención sobre cambio climático se sustenta sobre la idea del reconocimiento de los efectos de la actividad humana sobre el aumento de la temperatura en el planeta y responsabiliza a los países industrializados y los involucra como actores fundamentales en la lucha contra este fenómeno. Una de las causas primordiales del problema ambiental, que parece muy difícil de afrontar y enfrentar, es que somos muchos miembros de la especie humana, queriendo vivir cada vez más años y aumentando el consumo día a día.
Se estima que al inicio de la revolución agrícola, cerca del año 9.000 AC, la población mundial era de 8 millones de habitantes, para el año 1 DC ya eran 200 millones, en el renacimiento el mundo se encontraba poblado por 500 millones de personas, en plena revolución industrial eran 978 millones, en 1965 ya habían 3.345 millones y en 2015 somos 7.349 millones. Por su parte, la esperanza media de vida al nacer de la especie humana fue, desde la época de los cazadores recolectores hasta los inicios del siglo XX, cercana a los 30 años, a partir de ese momento este indicador ha ido en aumento hasta alcanzar los 70 años en el 2015.
Mientras en Francia se discutían medidas y compromisos para frenar el calentamiento global, en Colombia se debatía un proyecto de ley que establece como obligatoria la donación de órganos para todas aquellas personas que, en vida, no hayan manifestado su voluntad de no hacerlo. Con el fin de llegar a una buena vejez se advierte a los humanos de los peligros de salir al sol, de habitar en las ciudades, de comer carne y hasta de consumir lechuga: el éxito de la longevidad incluye una larga lista de prohibiciones. Se busca como disminuir la huella ambiental, pero al mismo tiempo la ciencia, la medicina y las políticas públicas se esfuerzan por desarrollar mecanismos que permitan llevar la vida al límite y subsistir cada vez más años. Asimismo, los modelos de desarrollo se encuentran fundamentados en la teoría del crecimiento económico, que a la vez se alimenta de la ampliación del tamaño del mercado y del aumento del consumo. Por su parte, los sistemas de seguridad social están estructurados desde la perspectiva de que la población joven pueda aportar para sostener a los mayores. Estamos inmersos, todavía, en una visión de eterna expansión económica y poblacional.
Pareciera que el instinto de supervivencia, azuzado por esa moda de ser políticamente correctos, impulsará a los gobiernos, los científicos y los demás ciudadanos a querer prolongar la vida, y si fuera posible, prohibir la muerte. Habría que hacer un ejercicio crítico sobre la forma como habitamos el planeta, la necesidad de seguir alargando la existencia y de tener un modelo de desarrollo basado en el crecimiento. Estamos llevando la sobrevivencia al límite sin preguntarnos a fondo por el por qué, ni cuáles son las consecuencias de esto, incluso, para la propia vida.
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