María Carolina Giraldo


Este proceso de paz lleva implícita la idea de que nunca más se vuelva a usar una bala para defender una idea o una ideología política, que la única arma sea la palabra. Cuando se imagina la paz se suele pensar en un escenario libre de confrontación, sin disensos, en soluciones totales, en reconciliaciones definitivas, en paraísos de mermelada
Pero como dice Estanislao Zuleta: " Para combatir la guerra con una posibilidad remota, pero real de éxito, es necesario comenzar a reconocer que el conflicto y la hostilidad son fenómenos tan constitutivos del vínculo social, como la interdependencia misma. (...) Una sociedad mejor es una sociedad capaz de tener mejores conflictos. De reconocerlos y de contenerlos. De vivir no a pesar de ellos, sino productiva e inteligentemente en ellos. Solo un pueblo maduro para el conflicto, es un pueblo maduro para la paz"
En estos momentos de incertidumbre y confusión es fácil confundir las expresiones de dolor, indignación, rechazo y preocupación con acciones que atentan contra la posibilidad de alcanzar un gran pacto nacional social y político sobre la paz. Pero la meta no es lograr una democracia sin disensos, que resultaría algo parecido al totalitarismo. Lo que se debe buscar es un estado donde todas las ideas puedan ser expresadas y confrontadas sin que eso atente contra la alternativa de pensar distinto y de construir desde la diferencia. Parte de la madurez de una democracia reside en entender que las ideas no se respetan, que están ahí para controvertirlas, para cuestionarlas, para debatirlas. El respeto recae sobre la persona, sobre su dignidad, sobre su potencialidad de pensar y de expresarse de manera diferente.
Uno de los retos que plantea este proceso de construir desde la diferencia es que existe confesión de parte sobre las mentiras creadas al rededor del mismo y ahí los argumentos pierden toda validez. Al mismo tiempo, como lo manifestado el abogado Rodrigo Uprimny lo acordado en La Habana es un texto ambiguo que permite todo tipo de interpretaciones. En este sentido, sería prudente estudiar la posibilidad de traducir lo acordado en Cuba en un articulado, no para aprobarlo en el Congreso sin alcanzar el gran pacto social y político, sino para facilitar su concreción, interpretación, negociación, difusión y su eventual trámite legislativo.
El Acuerdo de La Habana debe ser reformado, así lo ha dicho el mandato del Plebiscito. Pero este mandato es corto, con una diferencia de un poco menos 54.000 votos queda claro que su modificación no puede ser total y los aspectos a negociar son aquellos ventilados en la campaña del NO como fundamentales: la pena y la elegibilidad política de los guerrilleros. Aquí los líderes del NO ya han hecho dos propuestas: 1. Cumplir la pena en colonias agrícolas 2. Devolver los derechos políticos a otros actores del conflicto que ya han sido condenados por la justicia ordinaria.
Hay que darle celeridad a la negociación y permitir que podamos enfrentarnos con ideas y con juicios de valor sobre el proceso político que vive el país, sin que eso implique la ofensa y los extremos inamovibles. Donde tengamos la grandeza de reconocer hasta donde se puede ceder para alcanzar esa sociedad mejor, que no busque ser homogénea, sino que se edifique desde el respeto por la persona, no de sus ideas, y por el valor que le entreguemos a la diferencia.
La marcha de hoy en Manizales, que sale del Parque de la Mujer a las 5:00 p.m. tienen ese lema: “te invitamos a construir la paz desde la diferencia”.
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