María Carolina Giraldo


La vieja Violet Granthan, con esa lectura de la realidad tan inglesa, aséptica, fría, negra, políticamente incorrecta, alguna vez dijo: "Uno no puede descomponerse con la muerte de cada extraño. Estaríamos en un continuo estado de colapso siempre que abriéramos un periódico".
Desde el momento en el cual los colombianos aprendemos a leer, al abrir los periódicos, todos los días, encontramos allí la historia de un importante número de muertos, huérfanos, desaparecidos, secuestrados… Eso nos ha hecho fríos, apacibles, resignados y, por qué no, indolentes ante esa realidad, ante ese sufrimiento. Vale la pena advertir que esto no busca señalar a nadie, sino más bien dibujar una realidad. Porque como dice la vieja Grantham, si sintiéramos un alto grado de empatía por cada una de las víctimas, la vida sería insostenible o hubiéramos acabado está guerra y sus causas desde hace tiempo y con más determinación.
Incluso las personas que trabajan con y por las víctimas han construido una capa dura contra el dolor. Con su trabajo tratan de dignificar y compensar a las personas que han sufrido la violencia, sin embargo, han adquirido una cierta distancia hacia el desconsuelo en particular, y lo han convertido en su fuente de motivación. A pesar de eso, para los defensores de los derechos humanos hay algunas víctimas especiales, particulares, que se llaman como sus padres, que tiene la edad de alguno de sus hermanos, que proviene de un municipio con el que se tiene una relación emocional, que los quiebra y los sumerge en largos momentos solitarios de dolor; pienso que así expulsan las duras situaciones emocionales que implican su trabajo.
Así pues, hemos aprendido a pasar por encima del sufrimiento, del horror de la guerra, como mecanismo para proteger la salud mental. A pesar de esto, en Colombia como en el mundo, hemos establecido categorías de víctimas: de primera, segunda, tercera y hasta quinta. Incluso hay aquellas que tienen que sobrellevar una carga de sospecha por su condición: "por algo habrá sido". Mientras los militares masacrados por las Farc en el Cauca generaron una justa indignación generalizada, al punto de que algunos -padeciendo de una inadmisible ceguera histórica- se atrevieron a sugerir un golpe de Estado, la desaparición y muerte de 5 líderes indígenas, por la misma fecha y en el mismo departamento pasó casi desapercibida. Asimismo, muchos sentimos como un ataque personal la masacre de los caricaturistas de Charlie Hebdo, en cambio, no se hace tan visible la tragedia de los miles de migrantes que mueren cada año tratando de cruzar el Mediterráneo en busca de una vida mejor.
A las víctimas, a esas con las que no podemos generar una empatía permanente y generalizada porque no nos permitiría seguir cuerdos, les debemos la paz. Porque como lo señalaba Robert Grantham, hijo de Violet: "cuando termina la guerra se siente un gran alivio y una gran decepción".
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