Jorge Raad


Los ciudadanos de la República tienen ocho meses para concurrir nuevamente a las urnas electorales con el fin de elegir popularmente, en el buen sentido político y social, gobernadores, alcaldes, diputados y concejales.
Ya han comenzado los candidatos a delimitar sus territorios frente a sus posibles contendores, aunque como es sabido en las lides electorales no siempre por madrugar se llega primero. Al final sabrán de los logros obtenidos por el veredicto de los votos, casi siempre inapelable.
Los ciudadanos, por mandato de la Constitución, tienen derechos y deberes y entre ellos están las de elegir y ser elegidos, si cumplen con los requisitos que les impone la Carta Magna. Esto, que parece tan sencillo, no debe convertirse en un galimatías. ¿Qué debe hacerse real y efectivamente para disminuir la terrible abstención?
Cada colombiano en edad y capacidad de votar debe ir delimitando sus intereses electorales en la medida en que van apareciendo las personas que manifiestan sus intenciones de someterse a la decisión de sus conciudadanos. En no pocas ocasiones se plantea tempranamente el elector, de manera interna y luego en público, sus preferencias, decididas desde muchos ángulos e inclusive no pocas veces, solo desde la perspectiva única de su partido político.
Otros esperan que todos los candidatos estén en firme y hayan comenzado a convocar con sus programas, si es que puede llamarse así lo que se comunica, que es una maraña de ideas sueltas, sin un enlace adecuado que le permita al votante hacerse a una concepción completa y nítida de lo que pretende cada candidato en caso de ser elegido. ¡Promesas!
Lo extenso no puede reemplazar lo conciso y directo. Una campaña no puede ser el equivalente a una antigua escopeta de regadera, en donde se opina de todo y se tiene respuestas para todo sin una suficiente sustentación.
Muchos diputados y concejales querrán repetir su presencia en los organismos que han integrado, o cambiar de escenario: De departamental al municipal o a la inversa. Lo primero y lo imprescindible es que cada elector, o colectivamente, le pidan al candidato que demuestre sus realizaciones, comprobables, durante los cuatro años en que ha ocupado un escaño, ya sea con su voto o con los de otros.
En no pocas ocasiones el elector, por el cual quien se encuentra en la Asamblea o en el Concejo, se halla envuelto en tinieblas frente al elegido. Y, solo lo ve aparecer de nuevo cuando vuelve la época electoral, muy parecida al símil de las aves migratorias.
Sin embargo, el meollo grave de lo que ha acontecido en las elecciones sucede cuando se entrega el voto por dinero o por cosa, una o muchas. Es decir se vende el voto y al menos se compromete la conciencia, si la tienen.
Se compromete la dignidad de quien compra y vende, ya sea por solicitud propia o de intermediarios, o simplemente como una costumbre de ofrecer para llegar al número mágico electoral.
Salvo honrosas excepciones, sigue existiendo el mismo pecado y cada vez un voto que tiene diferentes precios, adquiere mayor valor de mercadeo.
Tampoco quien entrega su decisión mediante la compra-venta de su voto tiene derecho a hacer reclamación alguna sobre las actuaciones de su elegido. Están a la par: vendió y votó u otro patrón, compró y obtuvo su voto. Por ello, a veces, más de lo creíble, el elegido siente que ya cumplió con su elector.
¿Cuándo los colombianos dejarán de entregar su voto por retribuciones, privadas, personales y materiales? No es tiempo de volver a identificar los culpables que iniciaron estos procedimientos, pero en términos generales fueron los políticos y la complacencia, por decir lo menos, de las mismas sociedades.
Satisfacción de obra: El nombre verdadero del médico del Comité Departamental de Cafeteros de Caldas, mencionado en el artículo anterior, es el Maestro Humberto Montoya Jaramillo, él sabrá comprender.
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