Jorge Raad


Esta columna se refirió hace unas semanas al libro del neurocirujano británico Henry Marsh: Ante todo no hagas daño, 2014 Salamandra. Es tiempo de recordar varias de sus frases y analizarlas.
Escribe: ...Pese a toda esa tecnología, la neurocirugía sigue siendo peligrosa. Se equivoca o malinterpreta. La medicina y sus ramas no son peligrosas.
Más adelante: Y, luego está la suerte tanto la buena como la mala; a medida que adquiero más y más experiencia, me doy cuenta que la suerte es cada vez más necesaria. Para discrepar del cirujano. ¿La suerte para quién: el paciente o el médico?
En una discusión sobre una operación para extirpar un aneurisma, evaluando los riesgos, pregunta la paciente: ¿Y, usted qué haría si estuviera en mi lugar? Responde: Yo no me sometería al tratamiento para el aneurisma. Difícil la respuesta pero no debió darla suplantando a la paciente.
Uno de sus residentes explicaba al paciente con un tumor benigno en las meninges: Debo advertirle que la operación conlleva ciertos riesgos, que incluyen muerte… Comenta el autor: Un documento -consentimiento informado- que se ha vuelto tan complicado de un tiempo a esta parte…..y el hombre garabateó rápidamente su firma sin siquiera mirarlo. Colombia no escapa a esos procederes.
Refiriéndose a un caso de trauma…Los pacientes y sus familias se vuelven incapaces de aceptar la realidad, y empiezan a pensar que los tratamientos pueden alargarse eternamente, que el fin no llegará nunca, que la muerte puede postergarse para siempre. Se aferran a la vida…El amor puede ser egoísta. Aquí, el profesor Marsh tiene toda la razón ante la condición humana universal.
El neurocirujano escribe: Creo que la señora T se está muriendo. ¿No podemos ponerla en una habitación individual? Contesta la enfermera: Estamos en una escasez desesperante de camas. Sobran los comentarios. La realidad en el país es injusta.
Apunta el escritor: ¿Qué contribuye a una buena muerte? La ausencia de dolor, por supuesto, pero el acto de morir tiene muchas dimensiones y el dolor no es más que una de ellas. Una verdad inmensa y como él dice, la gente evita pensar en la muerte y adiciona, como muchos médicos, que prefiere morir rápido e inclusive mientras duerme. Aquí es necesario retomar las ideas de la muerte con dignidad.
El maestro, describe en su condición de enfermo: …Cogiéndome la pierna con ambas manos, volvió a vendar las heridas…Pensé con cierta envidia en el tremendo abismo que separa esa clase de medicina de la que practico yo…rara vez llego a tocar a mis pacientes…esto que es bastante agradable. El sentir de él como enfermo es igual al de su paciente y eso lo olvidan con frecuencia quienes dictan las normas o ejercen la medicina contra reloj o la tecnocracia los avasalla o la indiferencia los borra.
Dirigiéndose a uno de sus estudiantes nuevos: Siéntate bien y míranos a la cara cuando hables. Lo deberían recordar todos los médicos y estudiantes.
Una paciente que había operado regresó a verlo por otros motivos y la encontró risueña, se despidió de beso y le dijo: Espero no volver a verlo nunca más. Le contestó: Lo comprendo muy bien. Una de las formas de excelente relación médico-paciente.
Luego de ejercer muchos años terminó considerando: No llevar a cabo una operación que un neurocirujano con más experiencia que yo no quiera hacer y tomarme las conferencias magistrales de los congresos con cierto escepticismo. Lecciones de la vida real de gran valor.
Uno de quienes consultó para ser neurocirujano le dijo: Operar es la parte más fácil. ¿Sabe? Cuando uno llega a mi edad, se da cuenta de que todas las dificultades tienen que ver con la toma de decisiones. Una lección que se aprende muy temprano. Los mejores cirujanos son excelentes clínicos.
Otro a quien entrevistó para decidirse ser neurocirujano: ...Me dijo que lo mejor era considerar la medicina como un oficio, no como un arte o una ciencia, una opinión con la que llegué a estar muy de acuerdo al cabo de los años. ¡Qué distancia!
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