“Somos nuestra propia oposición: el pueblo es nuestra propia oposición, los reclamos del pueblo son la oposición a nuestros errores, a nuestros defectos, nuestra autocrítica profunda y revolucionaria es nuestra propia y seria oposición. Seamos nosotros nuestra propia oposición, opongámonos a lo malo, a lo negativo, opongámonos a lo corrupto, a lo que no sirve”.
La anterior cita, aunque a veces cueste creerlo, fue una sensata intervención de febrero 2 del 2008, ante toda la nación, del ya desaparecido expresidente de la República Bolivariana de Venezuela, Hugo Rafael Chávez Frías. Es más, lo que antecede a esas palabras es todavía más diciente: “Reconozcamos nuestros errores, nuestra fallas, cada día unámonos más, oigamos cada día más la voz del pueblo, la voz de la nación”.
Hace unas semanas escribí en este mismo espacio que el gobierno de Maduro no podría seguir invistiéndose más en la herencia del chavismo. Con los actos represores de la semana pasada, las faltas de garantías para la oposición y las constantes mentiras a los electores, solo queda decir que Nicolás Maduro logra clasificarse como uno de los peores herederos políticos que la historia de América Latina haya visto. Eso sí, un favorecido que supo transformar la especulación en desgracias a medias para todos los sectores productivos venezolanos.
Vale la pena indagar sobre qué significa la palabra oposición para el gobierno de Maduro y sus amigos diputados. Se trata de un conjunto de conspiradores golpistas que quieren desestabilizar un país ya débil, atenuar una revolución que sucumbió de a poco luego de la muerte de su máximo líder, y restablecer el significado natural de la libertad, más allá de actos políticamente correctos según los códigos morales y civiles de la Revolución Bolivariana.
Pero, determinar si del legado político de Chávez queda algo, más allá de las predecibles pérdidas y un incierto sentimiento nacionalista, es una tarea compleja por estas fechas de polarización y arrestos basados en instintos paranoicos. No obstante, dar a entender que un opositor es, a toda costa, un bárbaro enemigo de oficio solo da a entender lo endeble de un programa político que creció como arroz y que ahora pocos lo quieren comer.
Además, quien piense diferente al gobierno venezolano, dentro o fuera de sus fronteras, solo puede esperar una espesa condena a través los micrófonos de los medios alineados con Maduro. Quizás sea la razón por la que los gobiernos de la región han preferido disfrazarse en la prudencia para no enojar al bravucón del vecindario.
Lo más inquietante de todo es que Hugo Chávez queda, a comparación de Nicolás Maduro y después de tiempo, como un defensor de la democracia. Un beneficiario indirecto del colosal desastre de su sucesor.
Eso sí, Chávez también dijo: “Venezuela se crece en las crisis”. Quién sabe.
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