Efraim Osorio


Con relativa frecuencia visito el pabellón de los infectados de ‘subjuntivitis’. Generalmente están los mismos, especialmente los contagiados de uno de sus especímenes, ‘pareciera que’, de imposible erradicación. Y había decidido no volver a referirme a estos apestados, pero en mi última visita encontré ingresado al escritor y diplomático colombiano Juan Alfredo Pinto, autor de un cuento premiado en Murcia, dedicado a la cupletista Lilián de Celis, y publicado por el diario bogotano el 6 de junio de 2014. Dio positivo de ‘subjuntivitis aguda’ en las siguientes muestras: "Actuaba como si el tiempo estuviera detenido, desde aquellos días en los que fuese la gran diva, aquella que cantara en las capitales de América Latina…"; "Había sido testigo de la dura crisis que tanto maltrato causara a las familias españolas…". En estas oraciones, porque el narrador cuenta hechos reales, el modo de los verbos que expresan las correspondientes acciones tiene que ser el indicativo, así: "…aquellos días en los que fue la gran diva, aquella que cantó en las capitales…"; y "…que tanto maltrato causó a las familias españolas". En toda narración, aun los hechos ficticios narrados deben serlo con el modo indicativo de los verbos. A los jurados seguramente no los desvelan estas quisquillas gramaticales y, posiblemente, a los mal llamados ‘correctores de estilo’ les suena bien esta tan extendida corruptela. El cuento se llama "Garum cuplé". ‘Garum’ (‘garo’), vocablo derivado del latín ‘garum-i’ (del griego ‘gáron’), era un "condimento que hacían los romanos con los intestinos, hígados y otros desperdicios de ciertos pescados, como el escombro, el escaro y el salmonete" (María Moliner). Dicen que tenía un valor afrodisíaco. Y los que recordamos a Sarita Montiel sabemos bien qué es un cuplé, entre muchos, el que la hizo famosa en Colombia, "Fumando espero".
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Quien confunda ‘meritorio’ con ‘merecedor’ se hace ‘merecedor’ de una tarjeta roja directa. El árbitro designado se la mostró sin vacilación al redactor de esta nota de primera página del periódico de Caldas: "Conozca las reseñas de los aspirantes (al Caldense del año 2013), quiénes los están postulando y las razones por las que se consideran meritorios de este galardón" (4/6/2014). De acuerdo con su etimología latina (‘meritorius’, de ‘meritum’ –‘ganancia, salario, provecho, acto que merece o justifica algo’–), este adjetivo califica lo "que procura o proporciona una ganancia, que reporta un salario, que sirve para ganar". De aquí su definición en castellano: "Digno de premio o galardón. // 2. m. Persona que trabaja sin sueldo y sólo por hacer méritos para entrar en una plaza remunerada". El adjetivo ‘merecedor-a", el apropiado en la frase glosada, califica a la persona que, por sus acciones, buenas o malas, se hace acreedora de un premio o de un castigo. En resumen, ‘meritorias’, las acciones; ‘merecedores’, los personajes que las ejecutaron. Es esto tan elemental, que bien habría podido emplear el tiempo que le dediqué a este párrafo viendo uno cualquiera de los partidos de fútbol del Mundial.
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Gramaticalmente considerado, el infinitivo (‘amar, leer, oír’) le da nombre al verbo y expresa en abstracto la acción respectiva. Debe emplearse siempre con otro verbo, por ejemplo, "el paciente intentó durante veinte días, o más, porque perdió la cuenta, comunicarse con su EPS, pero no lo logró". Puede, ¡cómo no!, hacer las veces de sustantivo (uso nominal), por ejemplo, "El cantar de los cantares". La presencia del artículo señala claramente su oficio en la oración: el croar (el canto) de las ranas; el rugir (el rugido) de las fieras; el tañer (el tañido) de las campanas; el mentir (la mentira) de los políticos, etc. Es incorrecto, sí, emplearlo en reemplazo de otras formas verbales, como en esta información de LA PATRIA: "Le cortaron los pies para caber en el ataúd" (Mundo Insólito, 15/6/2014). "Le cortaron los pies para que cupiera (cupiese) en el ataúd". ¡Obvio!
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Con alguna frecuencia, los redactores, por el afán o el deseo de emplear determinadas locuciones, se enguaralan con ellas o las usan sin necesidad. Todo esto le sucedió a la señora Fanny Bernal, columnista dominical de nuestro periódico, en la siguiente oración: "En fin hay muchos caminos por recorrer en aras a vivir emocionalmente mejor" (Había una vez, 15/6/2014). La locución correcta es ‘en aras de’ (‘en interés, en beneficio, en honor, en provecho de’). El vocablo latino ‘ara’ significa ‘altar’, lugar donde se ofrecían los sacrificios en honor de los dioses. En castellano tiene la misma acepción general. Para la Iglesia Católica, ‘ara’ es la "piedra consagrada, con una cavidad que contiene generalmente reliquias de mártires, sobre la cual extiende el sacerdote los corporales para celebrar las misa" (Larousse). Dije, antes de esta digresión –necesaria para entender el porqué de la locución tratada–, que la señora Bernal se había enguaralado con ella y que la había empleado sin necesidad: lo primero, por el uso equivocado de la preposición ‘a’; lo segundo, porque en dicha construcción gramatical la preposición ‘para’ la habría reemplazado con creces. Además, omitió la coma o los dos puntos después de la locución adverbial ‘en fin’, con la que se cierra o se remata la idea que se venía expresando.
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