Efraim Osorio


Sin pestañear, un corresponsal de El Tiempo, ¿manizaleño?, le puso el sambenito de ‘machista’ al humor de don Rafael Arango Villegas. El título de la crónica, descarrilado, dice: “Luz M. Zuluaga: el parque que cambió el género en Manizales”. Y en el destacado: “Antes, el Parque de la Mujer se llamaba Rafael Arango Villegas, por el escritor de reconocido humor machista”. Y, para comprobarlo, cita este aparte: “¡Ya ve cómo son de orgullosas las mujeres, y sepa que están aquí en el mundo porque a nosotros nos dio la gana! Porque nos dio lástima de ellas y le dijimos que las hiciera. Él no había pensado ni por un momento en ellas. Este mundo estaba organizado para funcionar con hombres”. Esta observación la hizo el maestro Feliciano Ríos cuando, por el frente de su zapatería, “pasó una ‘ñapanga’ muy
empingorotada contoneándose mucho, y dejando tras de sí una estela de perfume que embalsamaba la calle”. Con esta introducción, el autor ambienta la manera como el zapatero se imagina la creación de Eva: “Cuando mi Dios empezó a ‘montar’ el mundo, es decir, a ‘abrirlo’, creó a Adán y lo puso de mayordomo, estableciéndolo en el Paraíso, que era el único ‘abierto’ que en ese entonces había. Adán lo hacía todo, pues el Señor no bajaba sino una vez a la semana a darle vuelta a la finca”. Aprovechando una de esas visitas del Señor a su propiedad, Adán, que se sentía muy solo, y, luego de titubear un rato, le dijo: “Pues era que yo le iba a decir que... que me diera a mí también una compañerita. Ya ve que el tigre tiene su tigra, el hipopótamo su hipopótama. El rinoceronte su rinoceronta, el mamut su mammuta, el ardito su ardita, y hasta el pisco tiene su ‘pisca’. El único que está aquí varado soy yo...”. El Señor le hizo advertencias, el ángel que siempre lo acompañaba también, pero Adán siguió insistiendo, y el Señor, al fin, le ‘hizo’ la compañerita. “Adán -continuó el maestro Feliciano-, que no ‘conocía el almendrón’, le dio mil gracias al Señor por el beneficio ‘tan grande’ que le había hecho. El Señor le contestó muy serio que ‘no había de qué’, y enseguida se fue con el ángel otra vez al cielo”. ¡Humor del bueno, nada más! Nota: Dice el despalomado redactor que estas frases son de su libro “Cómo narraba la historia sagrada el maestro Feliciano Ríos”. No, no es un libro, es, sí, el primero de los artículos que componen el libro “Bobadas mías”.
Parece que el desinformado corresponsal no conoce la obra completa del genial escritor manizaleño, pues no ha leído la novela “Asistencia y camas”, cuya protagonista, Petronila Sánchez, es una mujer de armas tomar y que no se deja mandar de nadie, y se le enfrenta a cualquiera, inclusive al policía que le dijo “Mejor se calla la boca, mientras llegamos a la inspectoría”, y al que le respondió: “¡Pues no me la callo, ¡carajo!, porque no me da la gana, y porque mi boca es libre. (...) Es que están creyendo que pueden ir abusando de uno, porque es mujer. Pues está muy equivocado, porque aquí nadie se amarra los calzones ‘onde’ yo me amarro las ‘naguas’!”. Al marido, en cambio, un policía que Petronila conoció en Pereira, lo pinta don Rafael como un don nadie, que vivía del trabajo de su mujer, aficionado a los gallos de pelea y al aguardiente. Estas circunstancias no hacen del autor un feminista a ultranza. Es, simplemente, un escritor costumbrista.
Tampoco se puede decir que fuera un defensor de la infidelidad conyugal, porque en la novela, y entre líneas, se puede columbrar.
En el artículo “El caso del joven Rodríguez” se lee: “Si en este momento, como en la escena bíblica, se me apareciese el Maligno, me condujese a la cumbre de una montaña y, mostrándome a los pies el mundo entero, me dijese: “Todo esto te daría si contrajeses matrimonio”, le contestaría dignamente, irrevocablemente: No, mi amigo; muchas gracias; guárdese usted todo eso, déjeme a mí soltero, y... présteme treinta pesos...”. El desvirolado corresponsal tacharía a don Rafael de enemigo del matrimonio.
Si viviera don Rafael, y alguien calificara su humor de machista, sonreiría piadosamente o soltaría una sonora carcajada.
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