Efraim Osorio


‘Antojarse’ -formado de la preposición ‘ante’ y el sustantivo ‘ojo’- ("ponérsele a uno algo delante de los ojos") es un verbo que se emplea solamente como pronominal, con las siguientes acepciones: "Inspirar alguna cosa un deseo vehemente y, por lo general, caprichoso; ofrecerse una cosa como probable", verbigracia, "…y se me antoja que con Hermoso pasa lo mismo" (LA PATRIA, El Fraile, en su artículo sobre los rejoneadores Pablo Hermoso de Mendoza y Diego Ventura, 19/10/2014). En cambio, en la siguiente afirmación de Juan Carlos González A. está mal empleado: "Alfred Hitchcock trazó las directrices del suspenso en sus cintas y Fincher se antoja fiel discípulo de su credo" (El Tiempo, 12/10/2014). Y está mal empleado, digo, porque ahí no se sabe a quién se le antoja ser fiel discípulo de Hitchcock, si al director o al cronista: si a éste, ha debido expresarse más apropiadamente diciendo "me parece", o, con el verbo de marras, "se me antoja que es fiel discípulo"; si a aquél, de esta manera: "y a Fincher se le antojó ser fiel discípulo de su credo". Pero ésta no fue la idea que el redactor quiso expresar. Nota: En La Gitanilla, una de sus Novelas Ejemplares, dice Cervantes: "Siempre miran los celosos con antojos de alinde". En su época, los clásicos empleaban el término ‘antojos’ por ‘anteojos’. En la sentencia citada, ‘antojos de alinde’ son anteojos provistos de lentes o cristales de aumento. Alinde: Espejo o superficie bruñida como la de un espejo.
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Si me hubiesen dicho que aquel por quien doblaron las campanas se llamaba don Vivencio, no me habría sorprendido como me sorprendí cuando vi esa palabra empleada como inflexión verbal en el siguiente texto: "…y aunque por unos días he estado alejado de nuestro entorno, vivencio que lo que involucra la expresión está dirigido a la masa de personas individualmente consideradas…" (LA PATRIA, Augusto Morales V., 15/10/2014). En castellano no existe el verbo ‘vivenciar’: la Academia de la Lengua acogió, desde mediados del siglo pasado, el sustantivo ‘vivencia’, definido así: "Psicología. Hecho de experiencia que, con participación consciente o inconsciente del sujeto, se incorpora a su personalidad". Desde 1984, vigésima edición de su diccionario, le añade otro elemento a la definición: "(De ‘vivir’, formada por Ortega y Gasset para traducir el alemán ‘Erlebnis’)". Y da estas acepciones: "f. Psicología. El hecho de vivir o experimentar algo. // 2. Acto psíquico". El diccionario alemán traduce ‘erlebnis’ por ‘suceso, memorias, recuerdo, aventura’. Todo esto, para justificar mi sorpresa. Supongo que el columnista, con su ‘vivencio’, quiso decir ‘pienso’ o ‘entiendo’ o ‘colijo’. O quién sabe qué. Además, ‘masa’ sobra, puesto que si es al ‘conjunto’, no se pueden considerar las personas individualmente.
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El corresponsal Elceario de J. Aristizábal, en su misiva a LA PATRIA del 19 de octubre, escribió: "La paloma (lat. Balumba) ha sido motivo de muchas inspiraciones poéticas". En latín, señor, no existe la palabra ‘balumba’. En castellano, sí, con la siguiente acepción: "Conjunto desordenado y excesivo de cosas". ‘Balumba’ (baluma, balume) viene del portugués ‘balum’ (abalum, embalum), variantes de ‘volum’ (volumen), que procede del latín ‘volumen’. Con artículo, l’abalum’ -termina Corominas- fue entendido como si fuese ‘la balum’ y se feminizó la terminación. Esto explica a cabalidad nuestra ‘balumba’, que también significa el "bulto que hacen muchas cosas juntas". No podía, pues, estar más equivocado el señor Aristizábal: en latín, se le dice ‘columba’ a la multicolor paloma, que, de color blanco, simboliza la paz y, para la Iglesia Católica, representa al Espíritu Santo. Para otros, sin embargo, las palomas no son más que ratas con plumas. ¿Tendrán razón?
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El redactor de "Supimos que" escribió: "Se busca reconocer la facultad del paciente para desistir a los tratamientos médicos innecesarios" (LA PATRIA, 15/10/2014). "…para desistir de los tratamientos", señor. Generalmente, la preposición ‘a’ indica el término de la acción del verbo (voy a un tratamiento); la preposición ‘de’, su origen (vengo de un tratamiento). Elemental.
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