José Jaramillo


La confrontación política nunca ha sido asunto de venias y cumplidos entre rivales, aunque en ella participen personas de exquisita educación, socialmente encumbradas y de atildadas maneras en el trato personal. En las absurdas guerras civiles colombianas del siglo XIX, inspiradas en fanatismos que trascendieron el campo de las ideas sobre administración pública para incurrir en terrenos tan espinosos como la religión, la educación, los derechos civiles y la tenencia de la tierra, se enfrentaron líderes que en lo personal eran caballeros de mucha honra y prez, tanto que alguno, al día siguiente de una batalla, le mandó razón al jefe enemigo pidiéndole que disparara primero, porque el día anterior lo había hecho él.
Esos eran los tiempos de “la cruz y de la espada, del ahumado candil y las pajuelas” *, en los que gobernaba la aristocracia y la plebe solamente era tenida en cuenta como servidumbre, para desempeñar oficios en los que se ensuciaban las manos y les salían callos y para pagar tributos. Pero cuando la opinión del “oscuro e inepto vulgo” comenzó a tener valor, por la influencia del voto popular, también de esas canteras surgieron líderes, que a gatas y tropezones llegaron hasta las cumbres del poder. Y la élite social y económica tuvo que resignarse a comer en el mismo plato con los “arribistas”, por respeto a unas instituciones democráticas que ella misma había creado, cuando necesitó apoyo popular para sus apetencias políticas.
En ese juego del sube y baja de los partidos, que dicen propender por el bienestar de los pueblos, priman, sin embargo, las querellas personales; y los que triunfan buscan aplastar a los perdedores para que no vuelvan a pelechar, y éstos, a su vez, se dedican a meterles palos a las ruedas de los rivales gobernantes, para que fracasen en sus gestiones. De estas absurdas confrontaciones, las grandes perdedoras son las comunidades.
Si se respeta la filosofía democrática, los ganadores en las contiendas por el poder deben gobernar para el bien de todos, vencedores y vencidos, y los perdedores aceptar la derrota y ponerse al servicio de los supremos intereses de la comunidad, inclusive desde la oposición seria y constructiva.
En algunas regiones colombianas, cuyos sucesos políticos han estado influenciados por intereses perversos, ante el ascenso al poder de personas buenas, pero no muy bien acompañadas, lo razonable es que ciudadanos, dirigentes e instituciones cívicas y sociales, y los empresarios, les ofrezcan apoyo y las atraigan, para rescatarlas de influencias malignas y ayudarlas a tener administraciones exitosas, que favorezcan a las comunidades. Y vigilar para que sus “amigos” no metan las manos donde no deban.
* López, Luis Carlos. A mi ciudad nativa.
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