José Jaramillo


Como la mil veces remendada democracia colombiana lo ordena, a finales de este año habrá elecciones para escoger gobernadores, alcaldes, diputados y concejales. El tiempo es propicio para que los aspirantes a ocupar esos cargos anden a la caza de votos, para lo cual, de acuerdo con la particular forma de entender la ética los políticos, todo vale. Una de las estrategias es acudir a determinados sectores sociales y económicos para ofrecerles mejorar sus condiciones, lo cual no están los candidatos en condiciones de hacer, pero no sobra intentarlo. Como rezaba un aviso, visible en el bufete de un tinterillo de Circasia, Florentino López Grajales, "No garantizo el éxito del pleito, pero le hago la lucha". Ese era, sin duda, un profesional honesto, que se acogía a la norma según la cual "el desconocimiento de la ley no excluye el cobro de los honorarios".
Uno de los gremios que se convirtió en caballito de batalla y patrimonio electoral de un sector político es el cafetero. Cuando su jefe aspiró, y con éxito, por primera vez al Senado de la República, donde se afincó y ha brillado por su elocuencia y capacidad investigativa, aprovechó una de las tantas crisis que ha padecido la industria cafetera para lograr que los campesinos, tan nobles ellos y tan resignados, protestaran, ofreciéndoles, para mejorar su situación, acabar con la Federación Nacional de Cafeteros, para que, con los sueldos de su alta burocracia, se aumentara el precio a la carga de café.
Inclusive el hábil político y sus asesores organizaron hace unos años una marcha campesina desde todos los rincones de Caldas, Risaralda y Quindío hasta la plaza de Bolívar de Armenia, donde el aspirante a parlamentario, ante una multitud de montañeros boquiabiertos, y mamados de la larga caminata, cuyos pies latían parejo con sus emocionados y esperanzados corazones, exhibió sus dotes de agitador de masas, ante quien Cicerón era un pendejo tartamudo, con una diatriba contra el gobierno, el ministro de Hacienda, el Banco de la República, el imperialismo yanqui y el neoliberalismo, adornada con ademanes tribunicios y la testa nevada del orador, que nadie entendió pero que fue clamorosamente aplaudida. Y recompensada con el voto que ungió al aspirante, porque el campesino cafetero en el debo y pago de compromisos es religiosamente cumplido.
El senador elegido, y varias veces reelegido, no ha podido hacer efectivas sus promesas al gremio cafetero, pero, como el doctor Florentino, le sigue haciendo la lucha a su precaria situación de bajos precios e insumos costosísimos. Hasta creó con sus socios políticos una organización con un nombre muy digno, que ahora se apresta, con megáfonos y pancartas, en vísperas de las elecciones de octubre, y con el fin de conseguir el mayor número posible de alcaldes y concejales en los municipios cafeteros, a organizar un nuevo bochinche, que altere la tranquilidad ciudadana, sin que conduzca a nada distinto del bienestar laboral de los organizadores.
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