José Jaramillo


"Las palabras ociosas las cobra Dios", decían mis mayores, con esa filosofía natural, sanchopancesca, que utilizaban para definir las cosas con sentencias, que por fortuna han permanecido en la memoria, tal vez por esa forma reiterativa de utilizarlas, que, como la gota de agua que golpea la piedra, a la larga calan, porque calan. Como la cantaleta, esa singular forma de educar a los hijos las mamás, especialmente.
Actividades como la pastoral religiosa, la docencia y la actividad política, entre muchas las principales, requieren de los líderes una especial mesura en el uso de la palabra, porque feligreses, alumnos o seguidores creen que las cosas son así porque ellos las dijeron. Además, suelen adoptar el vocabulario que pastores, maestros y dirigentes utilizan, lo que se presta para difundir expresiones vulgares, erróneas o perversas.
Hace unos días asistí a una misa de aniversario de un amigo fallecido, por invitación de sus hijos, y la homilía del cura oficiante nos dejó a más de uno con el pelo parado. Para empezar, utilizó palabras como "pendejo", "billullo" (por billete) y otras igualmente ramplonas. Y, hablando del sacramento del bautismo, se le ocurrió decir al curita que quién sabe si los niños víctimas de la tragedia de Fundación estarían bautizados, porque, si no, se privaban de ver a Dios. Después les trasladó la responsabilidad a los padres, pero lo dicho, dicho estaba, y cayó muy mal.
Los maestros, por su parte, como una manera de acercarse a niños y jóvenes, han dado en utilizar su propio vocabulario, en lugar de orientarlos hacia una forma correcta de expresarse, para que sean gramaticalmente correctos, elegantes y donosos. Algunos "profes" creen muy gracioso decir que algo es una "chimbada"; y repetir hasta el cansancio el "súper": "súper chévere", "súper bacano", "súper bonito", "súper", "súper"… Las otras que se oyen no son de buen recibo ni en una terminal de carga. Y aquello de "distancia y categoría" se ha perdido, por una forma confianzuda de tratarse maestros y estudiantes, a lo que no han escapado ni monjas y sacerdotes, a quienes los alumnos tratan de tú a tú.
En cuanto a los políticos, el mal ejemplo que dan a sus seguidores no es solo por el uso del lenguaje, sino por la forma desvergonzada de mentir, cuando se trata de ganar una causa. Cercano está el caso de los argumentos que utilizaron los enemigos del proceso de paz, para tratar de asustar a los colombianos e invitarlos a seguir al "comandante papeleta", a quien le gusta todo lo que traquee, explote, detone y haga ruido. Este caso lo destacó El Tiempo en su edición dominical del 22 de junio pasado, con una página en la que recogió algunas falacias que los guerreristas han puesto a circular en las redes sociales. Para muestra: "(…) Colombia se va a venezolanizar"; "El castro-chavismo hará del país una copia fiel de Cuba"; "Se eliminará la propiedad privada"; "El ejército y la policía estarán a órdenes de las Farc"… Ojo con eso, porque las palabras ociosas las cobra Dios.
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