José Jaramillo


Las fundaciones son una buena idea para invertir en obras filantrópicas, bien orientadas y mejor manejadas, dineros excedentes de utilidades de empresas o personas. El gobierno dictó mecanismos tributarios para estimular su creación, de modo que a través de las fundaciones pudieran resolverse muchos problemas sociales, que el Estado, por su estructura legal y administrativa paquidérmica, no es capaz de atender.
Claro que a la sombra de tan noble iniciativa se han acogido muchos vivos para esconder platas de dudosa procedencia, limpiar la imagen de bandidos doblados de empresarios, o facilitar negocios entre particulares y entes oficiales, de manera que se eludan trámites legales, como las licitaciones.
También, cuando se crearon los auxilios parlamentarios, un sapo que tuvo que tragarse el presidente Lleras Restrepo (1966-1970), para que los parlamentarios aprobaran la reforma constitucional del 68 para modernizar el Estado, esa práctica perversa (la de los auxilios parlamentarios) generó la creación de fundaciones, a través de las cuales los congresistas financiaban proyectos culturales, de vivienda, estructura vial y servicios públicos; también de capacitación para mujeres cabezas de familias y, lamentablemente, las más de las veces, para financiar campañas políticas y enriquecer a los “padres de la patria”.
Las fundaciones de noble inspiración orientan sus recursos a propósitos que cada una focaliza en sectores de la simpatía o el gusto de sus gestores, bien para estimular la creación artística; fomentar la educación superior para estudiantes de estratos económicos bajos, pero de altos rendimientos académicos; patrocinar la investigación científica; apoyar la capacitación de sectores vulnerables, para elevar su capacidad productiva y superar la pobreza; y promover valores literarios, turísticos, científicos, académicos y otros, a través de publicaciones de diferente naturaleza, de alta calidad editorial y distribución masiva, para garantizar un cubrimiento eficiente.
Algunos empresarios, al amparo de los beneficios tributarios de las fundaciones, favorecen a sus trabajadores, para premiar su lealtad y rendimiento, facilitándoles acceso a la educación (de ellos y sus familiares cercanos), vivienda propia, recreación y adquisición de vehículo y electrodomésticos.
Una de esas fundaciones, filial de una cadena de almacenes, propone a sus clientes que dejen las monedas de los vueltos de sus compras, con los cuales crean un fondo que apoya instituciones que trabajan en programas de nutrición de niños. Pero los mezquinos no ven eso, sino que piensan en los beneficios tributarios que obtiene la empresa y se dedican a desprestigiar el sistema, valiéndose de los medios electrónicos. ¡Pobrecitos!
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