José Jaramillo


Jamás imaginaron los personajes de la humanidad, que ascendieron a los altares por los desinteresados servicios de caridad otorgados a sus congéneres más débiles y desamparados, que su imagen sería explotada por los poderosos de la sociedad, para obtener beneficios mezquinos y darles lustre a sus imágenes públicas. A la sombra de santos que vivieron en la pobreza, sobreviviendo de milagro, no obstante lo cual mitigaban la miseria de muchos, se montaron espectáculos mediáticos oportunistas, que les han dado poder y riquezas a los arribistas.
Entrar en detalles sería generar debates estériles, porque siempre hay argumentos suficientes para justificar lo injustificable, aunque sea tendiendo cortinas de humo, demandando por calumnia o guardando silencio, para que el tiempo se encargue del olvido. Sin embargo, puede mencionarse el caso de san Pedro Claver, protector de los esclavos, ancestros de los negros que habitan en los cinturones de miseria de la flamante Cartagena (entre otros pueblos y ciudades litorales), de los que no se acuerdan los dirigentes sino en vísperas de elecciones, para emborracharlos y comprarles el voto.
Santa Laura Montoya Upegui dedicó su formación docente a cumplir la abnegada misión de educar a los indígenas, buscándolos en sus humildes viviendas, no para atosigarlos de enseñanzas religiosas y de oraciones recitadas mecánicamente, sino para hacerles caer en la cuenta de que eran seres humanos, miembros de una sociedad democrática, que podían superar sus miserias con la educación y el trabajo organizado, no como una dádiva de las autoridades, sino como un derecho. Esta labor le mereció la malquerencia de prelados católicos, arrogantes y machistas, y de políticos y gobernantes, que la calificaban de socialista; casi que subversiva. Jinete en una mula, por caminos imposibles, pese a su voluminosa humanidad, cumplió una labor evangélica, humanitaria y educativa, que le mereció ser llevada a los altares, como la primera santa colombiana. Entonces sí aparecieron los poderosos, después de la canonización, para llevar sus restos a Jericó, su nativa población, en una lujosa limusina blanca. ¡Qué pensaría la mula!
Algo parecido sucedió con san Francisco de Asís, que por darles a los pobres ropas para cubrir sus desnudeces y cobijas para protegerse del frío, y dialogar con las fieras para calmar sus instintos, fue tildado de loco. Ni siquiera se le reconocieron los derechos de autor como creador del pesebre, a pesar de que los fabricantes de encerados, figuras de plástico, cerámica y hasta porcelana han explotado la idea por centurias.
Con razón Nuestro Señor Jesucristo, viendo con san Pedro llegar arzobispos y cardenales, montados en carros de alta gama, de las más reconocidas marcas, a una reunión en el Vaticano, le dijo: "Mira, Pedro, lo que es la vida. Un negocio que empezamos tú y yo con un burro".
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