José Jaramillo


El espíritu guerrero del hombre trasciende todos los espacios, hasta los etéreos e ilusorios de la poesía, con expresiones que confrontan estilos, escuelas y épocas, que unas veces los dirimen los escritores a "sonetazo" limpio, como en el siglo XIX, cuando el soneto era la quintaesencia de la poesía, antes de que los poetas soltaron las amarras de su inspiración por los anchurosos espacios del verso libre, con una nueva expresión que, sin embargo, tenía cadencias musicales arrulladoras.
Así como un cuadro al óleo, o una acuarela, tienen música y son poéticos, una sonata, una sinfonía o una canción popular pintan lo que el compositor tenía en su retina, cuando se lanzó sobre los alambres del pentagrama con golondrinas por notas, como bellamente lo dice una canción. Las disputas por estilos literarios llevaban a los poetas, más allá de lanzarse pullas en verso, a medirse en espacios de bohemia, en disputas que podían terminar con ojos morados o cabezas rajadas por un botellazo.
Después del clasicismo europeo, que asimilaron y practicaron los poetas colombianos de la época de la chalina, la boina, la pipa, las ojeras y la tisis, con excepción de los místicos, que se quedaron lejos de Fray Luis de León y sor Juana Inés de la Cruz, y no lograron más que versos mediocres, vino el modernismo de Rubén Darío y el maestro Valencia, como paradigmas; más tarde los Nuevos, cuya voz cantante fue León de Greiff, asombraron con sus audacias verbales; a éstos siguió el Parnaso, que fue una aristocracia del verso, sin penurias económicas y con posición social. Más tarde, el Nadaísmo sacudió el edificio ilusorio de la expresión poética, escandalizando beatas y burgueses, sacando expresiones poéticas hasta de las alcantarillas, lo que resultó no solamente interesante sino divertido, para el consumidor literario.
Cada cambio de esos fue una "lucha", produjo un "enfrentamiento", "atentó" contra esquemas considerados desuetos y "revolucionó" la literatura, para usar, en un tema tan espiritual, expresiones guerreras.
Ajeno a esas contiendas fue el poeta Baudilio Montoya, quien era un santo liberal, así no lo reconocieran los curas de Calarcá, cuyas expresiones líricas más fuertes eran para reclamar justicia para los seres más desprotegidos de la sociedad. En el bucólico paraje de La Bella oficiaba de maestro de escuela, con genuina vocación; distraía las tardes en la fonda de la vereda, tomando aguardiente y enseñándole a hacer versos al cantinero, quien le pagaba las clases aumentando el contenido de la copa; y hacía tertulia con cualquiera, sin discriminar a nadie, asombrando al auditorio con la riqueza de su imaginación y con los recursos de lo que le habían enseñado los libros. El viajero ocasional detenía la marcha, arrimaba a la fonda para saludar al Maestro, se tomaba dos aguardientes con él y continuaba el camino canturreando:
"Yo fui argonauta,
fui un marinero de noble pauta
que el horizonte miró pasar.
Mi barco supo tumbos violentos
entre los vientos
que despeinaban, locos, el mar".
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