José Jaramillo


El Siglo de Oro de la literatura española y el Renacimiento se caracterizaron por la calidad de las expresiones artísticas, y por el sometimiento de los artistas a papas, reyes y familias nobles, ricas y poderosas, a quienes tenían que dedicarles lo mejor de su producción, para conseguir un lugar digno donde vivir y asegurar el pan de cada día. Y favores de catre de damas de la nobleza, cuyos maridos se ausentaban por largo tiempo, dedicados a la guerra, que era el deporte favorito de los privilegiados de la sangre. Y prácticamente su única actividad, porque la agricultura, la ganadería, el comercio, la contabilidad, la navegación y otros oficios los desempeñaban personas a su servicio, sin abolengos. Poetas, pintores, escultores, bufones, artistas escénicos y músicos, vivían en regios palacios, y cuando los caballeros que se iban a participar, por ejemplo, en Las Cruzadas, les ponían a sus esposas cinturones de castidad. Los muy ladinos cortesanos (poetas, músicos y pintores) andaban muy ufanos por los regios pasillos voleando en el dedo índice el duplicado de la llave.
Quién sabe qué hubiera sido de Da Vinci, Rafael y Miguel Ángel, por ejemplo, y otros muchos poetas, pintores y escultores, sin el patrocinio de Julio II, Carlos V y los Médicis y Borgias, entre otros mecenas, así tuvieran que meterlos a ellos de cualquier manera en sus obras, para satisfacer su insoportable vanidad. Además de tenerlos que acompañar a excursiones azarosas, como las batallas, para hacerles odas a sus hazañas o pintarlos en el momento en que recibían las armas del vencido. Cuando perdían no había poesías ni retratos.
Volviendo al Siglo de Oro de la literatura española, novelistas, dramaturgos y poetas tenían que buscar la sombra de nobles y soberanos para sobrevivir; y para conseguir que sus obras fueran editadas o escenificadas, evitando caer en las garras de empresarios inescrupulosos.
Es posible que una de las causas para que El Quijote no tenga más lectores sean los sonetos con que inicia la obra, entre ellos el que dedicó Cervantes a la memoria de la esposa de Felipe II, en el que expresa:
“Aquí, el valor de la española tierra.
Aquí la flor de la francesa gente;
aquí quien enmendó lo diferente
de oliva coronando aquella guerra.”
Sin haber tenido el gusto de conocer a esa señora, cabe pensar que no era para tanto. Y así por el estilo, lagartearon Lope de Vega, Quevedo y similares para conseguir favores de cardenales, condes, duques y marqueses. Claro que esa lagartería en nada se parece a la de Horacio Serpa y Roy Barreras, porque a estos dos no les riman sino puestos y contratos.
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