José Jaramillo


La palabra, principio y fin de todas las formas de comunicación, y, como la risa, excepción entre los seres irracionales y el hombre, tiene connotaciones trascendentales, que pasan desapercibidas por la rutina de usarla continuamente. El poeta Óscar Jurado magnifica las palabras cuando dice: "(…) las suaves, las tiernas, las violentas / las sensuales, las huidizas, las obscenas. (…) Las zafias, las solemnes / (…) las mentirosas, las hipócritas (…) / las descaradas, las brutales, / las silenciadas, las borradas (…) / (…) las usadas y las requeteusadas, / las ultrajadas. / (…) Las arrulladoras, las sumisas, las esquivas, / (…) las aparentemente vírgenes / por falta de uso / y las prostituidas por abuso. / (…) las que el solo acto de nombrarlas / enciende en la memoria el llanto de un recién nacido / o el último suspiro de un agonizante. / (…) las desencadenadoras de desastres, / las que encubren / y las que desenmascaran. / A todas las convoco, a todas, / las palabras (…) ".
Expresar las palabras, dichas o escritas, tiene tantas modalidades cuantas comunidades humanas existen. Aun dentro de un mismo país o continente (como centro y Suramérica, con excepción de Brasil, Haití y poco más) de idioma único, las palabras pueden tener significados distintos de una región a otra. Pero, para entenderse, poco esfuerzo requieren las personas, cuando se aclaran las diferencias semánticas. Y expresiones exóticas de las palabras, como, por ejemplo, las pictografías de las cuevas rupestres o los jeroglíficos egipcios, permitieron, gracias al paciente trabajo de arqueólogos, antropólogos y lingüistas, rescatar la historia de la humanidad, con su desarrollo cronológico, costumbres, formas de gobierno, creencias religiosas y demás.
Esa importancia trascendental de la palabra pasa desapercibida, por la costumbre, el manoseo permanente, la rutina, la familiaridad, la espontaneidad, el instinto…; y apenas las que son dichas o escritas con solemnidad ritual, intención literaria o didáctica, o para convocar adhesiones y aplausos, merecen atención especial. Las demás, como suele decirse, se las lleva el viento.
Vale la pena, entonces, reflexionar sobre la importancia de la palabra, porque es maestra, conductora, comunicadora…; materia prima de líderes religiosos, caudillos políticos, educadores y periodistas, que son quienes orientan a las comunidades, forman la juventud, dictan las leyes, conducen a los pueblos, difunden las noticias y analizan los hechos. Pero al lado de las palabras acariciadoras del amor y la amistad; las sublimes de la poesía; y las sabias de maestros y dirigentes hay otras que pueden ser espadas, cuando se utilizan con objetivos proclives, ánimo disociador, intenciones perversas, mezquindades personales o para difundir bajezas. Y como, por desgracia, hay una tendencia humana a dar por cierto lo negativo, lo malo, fácilmente se impone el lado filoso de la palabra. Es lo que no entienden algunos medios de comunicación, y columnistas de diarios y revistas, que parece que mojaran la pluma con veneno.
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