José Jaramillo


Esa virtud, que hasta en los cánticos navideños se invoca (“... la paciencia que hace verdaderos sabios”), es mucho más complicada de practicar de lo que puede pensarse, porque muchas personas son impulsivas y aceleradas por naturaleza. Pretenden resolver las cosas de una, sin mucho análisis, obviando las consecuencias de una decisión precipitada. Y la cuestión se empeora cuando esa actitud, hasta cierto punto irresponsable, afecta a un conglomerado. Como todo un país, por ejemplo, con las negociaciones de paz entre el Gobierno y la guerrilla de las Farc, que han puesto a prueba la paciencia de los negociadores de ambos bandos, y la de esa cosa amorfa pero determinante que se llama “opinión pública”. Con todo lo que ha pasado, y las expectativas por lo que falta por conciliar hasta conseguir un acuerdo completo (que no perfecto, valga la verdad), se ha demostrado que el trabajo que se ha hecho es serio y puede ser muy productivo a futuro.
Paradójicamente, son más tolerantes y comprensivos los niños y jóvenes que los adultos de varias escalas generacionales. A lo que hay que agregarle la arrogancia de quienes les mezclan a asuntos de interés público mezquindades personales, como ganar votos para futuras elecciones; conservar privilegios sobre tierras adquiridas a bajo precio, que fueron arrebatadas a campesinos; o lucirse diciendo estupideces desde las curules del Congreso Nacional, cuando están abiertas las cámaras y los micrófonos en espacios triple A. De estos últimos casos hay hermosas mujeres, originarias de rancias oligarquías, que después de decir sus pendejadas se tongonean glamorosas, y quedan matadas si el jefe de su bancada política, a la que llegaron por los méritos de sus estirpes, o por el poder económico de sus maridos, las llama cariñosamente “generalas”.
La paciencia se pone a prueba continuamente, donde menos se piensa. A mi sobrinita-nieta le tocó ser damita de honor en el matrimonio de unos amigos de la familia. Dos horas de pies la niña sosteniendo un cojín de terciopelo blanco con las argollas de los contrayentes, oyendo una jerigonza de ritos, oraciones y compromisos nupciales sin entender nada, fueron más que suficientes para que a la salida de la iglesia, cuando estaban tomando las fotos en el atrio, le dijera a la mamá: “Mami, lo que es a mí no me vuelva prestar para estas pendejadas”.
Y en cuanto a negociaciones, no puede pretenderse que la solución de un problema de más de 50 años, en el que hay infinidad de asuntos de por medio: legales, económicos, políticos, etcétera, vaya a resolverse mientras las partes se toman dos tragos. Eso no es como el negocio del campesino con la funeraria del pueblo, arreglando el sepelio de un pariente. “Poniendo nosotros todo (decía el empresario funerario): la misa, la música, las flores, la carroza, los buses para los acompañantes, los sufragios, los cirios..., le vale dos millones de pesos”. A lo que el campesino, tímidamente, jugando con los flecos del poncho, le respondió: “Y, poniendo yo el muerto, ¿no me hace una rebajita?
El uso de este sitio web implica la aceptación de los Términos y Condiciones y Políticas de privacidad de LA PATRIA S.A.
Todos los Derechos Reservados D.R.A. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin la autorización escrita de su titular. Reproduction in whole or in part, or translation without written permission is prohibited. All rights reserved 2015