José Jaramillo


“El gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”, o democracia, cuyos orígenes se remontan a la antigua Grecia, cuna de la cultura occidental, en Colombia y en casi todos los países del mundo se ha desfigurado hasta convertirse en una mascarada de lo que pretendieron sus ideólogos en el Ágora ateniense, cuando sometían las ideas para gobernar a la decisión del pueblo, aunque se tuviera en cuenta solamente la opinión de la élite social y económica y se excluyeran los esclavos, los trabajadores rasos y las mujeres.
La deformación del concepto de gobierno del pueblo, o democracia (demos: pueblo; crato: poder, gobierno, según su estirpe etimológica), se dio cuando los militares desplazaron a los filósofos, o amigos de la sabiduría, y las decisiones para gobernar las influyeron las armas, puestas en la nuca de los electores; y el poder quedó en manos del más fuerte, con el disfraz de legalidad democrática. Eso pasó y sigue pasando, pese al bla-bla-bla de organizaciones multinacionales como la ONU, la OEA y similares, supuestamente custodias de la democracia. Y de los cuerpos legislativos de cada nación, que representan a sectores diversos de opinión y en realidad no son más que marionetas operadas por hilos invisibles de intereses inconfesables. Los pocos gobernantes y legisladores que buscan implementar mecanismos para la superación de los pueblos y su bienestar terminan por cansarse de luchar y se retiran; son aplastados por mayorías perversas; o los eliminan definitivamente, porque “el poder es para poder”, como dicen cínicamente quienes lo manipulan.
Otro concepto muy relativo de democracia es el de gobierno de las mayorías, porque éstas se representan con los electores que participan en los comicios, que suelen ser una mínima parte de la población, en su mayoría influenciada por intereses diversos, algunos económicos, otros religiosos, otros más sectoriales y no pocos criminales, cuando no inspirados en pactos regionales, en los que se imponen los países económica y militarmente más fuertes.
Otra figura utópica es la de que “el pueblo es superior a sus dirigentes”, desde que a los electores les pusieron precio y los dirigentes, para alimentar sus egos y fortalecer su influencia, lo pagan, porque saben que con el poder en la mano los recursos invertidos se recuperan. Una vista panorámica a los países que se proclaman democráticos permite confirmar lo dicho y sustentar la idea de que hay que barajar y volver a dar, porque el sistema democrático de gobierno, que inspiró a Platón y a sus pares idealistas y filántropos, lo prostituyeron los políticos, la plata y el mesianismo ególatra.
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